Federico tenía la mirada perdida aquella noche, con los ojos fijos en su vetusto y anticuado árbol de navidad, el de todos los años. Era el día de Nochebuena, y como cada noche del año, se encontraba solo, sin unos ojos a los que mirar, sin una mejilla a la que besar, sin ningún corazón con el que compartir. Hacía tiempo que le había dejado de importar la soledad, al fin y al cabo, ya no habría de durar demasiado, era consciente de que su vida terminaría pronto, aquel maldito cáncer había puesto fecha de caducidad a su existencia.
Un plato de jamón y cuatro langostinos, era todo lo que necesitaba, o su cuerpo toleraba. No por falta de recursos, había amasado una fortuna que ahora nadie heredaría.
Degustaba despacio su última loncha de jamón, en la televisión sonaban los últimos acordes del himno nacional, cuando la luz se apagó, la televisión dejó de funcionar y las luces del árbol dejaron de funcionar. Solo se veía una tenue luz que entraba por la ventana y el sonido de una voz que le llamaba y le decía:
— Una noche más solo.
Federico aterrado, no pudo articular palabra. Mientras, la voz siguió hablando:
—¿Qué esperabas? Durante toda tu vida has sido un miserable con todo el mundo. Un tirano para tus empleados, un déspota para tu familia y un maltratador para tu mujer y tus hijos. Todos te dieron la espalda, no te merecías otra cosa. Si, tienes todo lo que necesitas, pero te falta lo más importante, el amor, el calor de una familia, el reconocimiento de tus empleados. No te preocupes, vendrás conmigo, nunca estarás solo, este mundo no es el tuyo. Allí donde vas, necesitamos hombres como tú, crueles y despiadados, el infierno.
Buen relato paisano, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Muy bueno, de verdad.