«Soltar duele»

—¿Podemos hacer el amor? —arriesgada petición incorporar sentimientos a nuestra frágil ecuación.
Follar se nos daba de lujo pero, ¿seríamos capaces de hacer el amor? Era nuestro último encuentro aunque él desconocía esta circunstancia.
Estábamos descansando, desnudos, uno junto al otro. Me rozó el muslo con los dedos, suavemente, y se sentó sobre mí. Se inclinó, posó sus labios en mi cuello y comenzó a besarme, sin lujuria, sin pasión; besos dulces. Saboreó mi piel mientras yo permanecía con los ojos cerrados respirando su olor. Me giró y se tumbó sobre mi espalda. Acercó su boca a mi oído y esperé esas palabras soeces a las que me tenía acostumbrada y que tanto me provocaban, pero no dijo nada. Acarició cada una de mis vértebras y, cuando llegó al final de la columna, por instinto abrí las piernas. Esta vez no hubo dedos dentro de mi. Pasó de largo y siguió explorando, lento, aprendiéndose todo mi cuerpo. Volvió a girarme, me perdí en su seria sonrisa a la vez que se hundía en mi interior. No le oí gemir, solo un leve jadeo con cada movimiento. No hubo embestidas, ni mordió mis pezones, ni apretó su cuerpo contra el mío. Cuando sentí que llegaba el momento, enredé mis dedos en su pelo y lo atraje hacia mí. En ese instante, rompió el silencio con las palabras que más miedo me daba escuchar.
—Te quiero.
Un mes y medio después sostengo incrédula un test de embarazo positivo. Un embarazo no deseado pero que llegará a término. Un hijo que, al mirarlo cada día, me recordará que soltar duele. Sobre todo cuando sueltas a alguien con quien fue maravilloso coincidir.