En la sala de operaciones, Tobías tararea el villancico que escucha de una radio cercana, mientras se sirve de bridas para maniatar al único vigilante de las instalaciones; único porque ese día el gerente de la presa ha permitido que el resto celebre la Nochebuena en casa.
Cuando lo deja bien sujeto y amordazado, Tobías accede al sistema informático para extraer los datos que busca. Tras completar gran parte del trabajo, se detiene y dispone en una mesa todo lo necesario para darse un homenaje culinario. De media docena de fiambreras extrae todo tipo de manjares: caviar, guiso de carrillera, gamba mediterránea, cigalas, una tabla de patés y quesos.
A media cena repara en el hombre que yace en un rincón y lo levanta para colocarlo en la mesa.
—Mil perdones; apenas me relaciono con humanos y se me olvida tener modales.
El rehén detiene la queja y parece salivar. Tobías observa cómo lo mira mientras come y, en un momento dado, se abalanza sobre la silla del mudo acompañante para tumbarlo al suelo.
—Ahí te quedas hasta que aprendas a no curiosear a los demás.
Retoma la cena y ralentiza el ritmo de masticación.
—No voy a dejar ni propina para las ratas.
Cuando termina con la comida y el vino, reemprende la faena con el recordatorio del encargo: averiguar si la compañía hidroeléctrica está jugando con el nivel del agua para encarecer el precio de la energía.
Esa es la orden, pero quien lo contrató desconocía que Tobías había perdido a toda su familia cuando el Ebro se desbordó y anegó el camping donde celebraban la Nochebuena.
Teclea durante un rato hasta que en la pantalla aparece un mensaje parpadeante que lee:
—¿Está seguro de abrir las compuertas?
El vigilante da un alarido desgarrador, conocedor de la tragedia humana que ocasionaría.
Quien contrató a Tobías tampoco sabía de su personalidad sociópata.↩Enter.
Al protagonista le asola un gran rencor, sin duda.
Muy bueno José.
Saludos Insurgentes
Muy bueno, enhorabuena.