«Tesoros ignotos.»

Esta historia es una de ésas que difumina la línea divisoria entre la realidad y la locura, mostrando que, a veces, encontramos verdad en lo que a priori creíamos inverosímil, mientras que aquello que tomábamos por cierto se revela como un espejismo. El inicio de todo se remonta a mi entusiasmo juvenil, a la ilusión de comenzar un trabajo prometedor en una tierra desconocida para mí, un pequeño pueblo perdido en la hermosa Italia. El lugar parecía ser inmune al paso del tiempo, sumergido aún en una época medieval. Iba a trabajar en una farmacia, que había sido una antigua botica, tan antigua como el pueblo mismo, nacida al poco tiempo de que éste fuese fundado. Aún se preservaban en la farmacia vestigios de su antigua estructura, pareciendo trasladarte a otro tiempo al verla. Lo más interesante de mi estancia allí fue la frecuente visita de un joven. Siempre entraba escudriñando todos los productos, las estanterías, observando fervorosamente cada detalle del establecimiento. Empezó a llamarme la atención tanta asiduidad y atención por su parte, así que un día aprovechando que ya había trabado confianza con él le pregunté el por qué de sus constantes venidas. Entonces él me confesó su secreto: era un pariente del médico griego Hipócrates, quien había dejado un manuscrito nunca publicado sobre los cuatro humores y el tratamiento de las enfermedades. El escrito pasó de manos de un familiar a otro, hasta que acabó en la casa de uno de ellos, casa que ahora es la actual farmacia, donde se debe encontrar escondido o sepultado en cualquier recóndito recoveco. El joven se había propuesto encontrarlo en secreto para que nadie se lo arrebatase si se enteraba de que podría estar allí. Aunque ahora contaba con mi ayuda para descubrir el tesoro que dejó su tío.