Todo empezó aquel día…
Él, en mitad del partido, me tocó, sin venir a cuento. Lo sentí tan vulgar la primera vez... Luego lo repitió, y entonces me enfadé. Me enfadé muchísimo. ¿Por qué me provocaba así este hombre? Luego, en los vestuarios, le expliqué lo mucho que me había disgustado. No mediaron las palabras, mediaron dos ostias bien dadas. Y me fui para casa sin mirar atrás, con el cabreo subido.
Por la noche, no pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos lo veía a él, tocándome. Aunque aquella no era la razón de mi insomnio. No. La razón era que lo veía, y lo quería. Quería esa manita suya otra vez en el mismo sitio. Así pasé la noche, desvelado y sofocado.
A la mañana siguiente, el asunto estaba en todos los medios de comunicación. Yo, que solo quería olvidarme de todo, no encontraba la manera, porque estaba por todas partes. Entonces, sin esperarlo, me llegó un mensaje suyo: «Echo de menos esos ricitos tuyos». Me quedé mirando el móvil entre sudores y desesperos, y decidí borrarlo. Qué gesto más inútil, si al minuto ya me estaba llegando otro: «Me muero por verte a solas». Yo le respondí, sin pensar: «¿Por qué me has hecho esto, que ahora soy el hazmerreír de la profesión?». «Porque te quiero, tonto», me dijo él. Y yo, sin pensar, salí corriendo para su casa.
Aquel momento ya es historia, del fútbol, de lo nuestro. Y todo empezó aquel día…