Domingo, 10 de abril del 2013.
10:30 A.M.
Querido diario:
Esta mañana no me han despertado los gritos de mis padres ni el llanto de mi hermana escaleras abajo. Las únicas culpables de interrumpir mi sueño han sido las gotas de lluvia repiqueteando en mi ventana. ¿Puede existir algo más reconfortante que la lluvia un domingo?
Además, el olor que emanaba de la cocina era delicioso. Mi desayuno favorito. Tortitas con sirope de chocolate y caramelo. Pero qué ricas… ¡Todavía puedo saborearlas!
Aunque mi madre siempre las preparaba cuando se avecinaban malas noticias, esa mañana no había rastro de ellas.
Mientras desayunábamos en completo silencio, mi padre apareció con su característico uniforme de electricista, preparado para hacer de sus chapuzas en casa de algún cliente.
Con la rapidez de un pestañeo, vislumbré el ceño fruncido de mi madre, que inmediatamente volvió la cabeza a sus tortitas.
13:00 A.M.
A estas horas ya pensaba que el día no podía ir a mejor. Mi amiga Sarah me había invitado a su casa para ver por sexta vez consecutiva “Chicas malas”. ¡Qué ilusión!
22:45 P.M.
Sarah me recibió con los brazos abiertos y me achuchó hasta casi asfixiarme. Tras cruzar la puerta, encontré en el aparador una gorra que me resultaba muy familiar, aunque no logré identificar a su propietario.
Sarah me comentó que hoy nadie iba a molestarnos. Era un día fantástico.
Subí las escaleras rápidamente, estaba muy emocionada.
Al llegar arriba escuché unos ruidos procedentes del pasillo. La emoción se convirtió súbitamente en miedo. Era imposible, hoy nadie nos molestaría. ¿Qué podía ser entonces? Cuando me giré para conocer la causa de esos sonidos, me topé con la madre de Sarah aferrada firmemente a un inconfundible uniforme de electricista.
En ese preciso instante, las tortitas de mamá cobraron sentido.