Suena la sirena, es la hora de volver al barracón. Respiro hondo y miro la luna llena, es la señal. ¡Esta noche escaparé de este maldito lugar!
Hace cinco meses Santi y yo ideamos un plan para reencontrarnos y huir al norte, el único lugar del país que está libre de guerra.
La quinta luna llena nos marcaría la noche en la que huiríamos y nos encontraríamos en Runo, un cortijo a medio camino de los dos campos de concentración de Alcán, la zona oeste del país. Allí caminaríamos hasta el paso de trenes de mercancías que cada madrugada iba hacia el norte.
Finjo que convulsiono y me arrastran hasta una casa de cañas, donde me abandonan mientras van a buscar al “médico”. Es mi momento de huir.
Salgo con cuidado y empiezo a correr sin mirar atrás, me arrastro bajo la alambrada y salgo al exterior. Escucho sirenas, gritos y perros que ladran tras de mí. Mi temor por salvar la vida y encontrarme con Santi me hace ser más veloz y esconderme a tiempo.
Tras mucho caminar llego a Runo y al fin me encuentro con Santi, que malvivió en el otro campo. Sin soltarnos la mano, llegamos al paso de trenes. Nunca soltaré esta mano.
Al momento vemos pasar un tren y corremos con todas nuestras fuerzas.
Estamos muy cerca de subir al vagón, cuando escuchamos disparos y gritos. Los soldados se dirigen hacia nosotros. Veo como Santi sube al tren en marcha y me tiende su mano para que suba.
Una bala me alcanza la pierna y caigo al suelo, mientras veo como el tren se aleja. No sé de dónde vienen las fuerzas, quizá del miedo, pero me levanto y corro hasta alcanzar el último vagón de ese tren, que nos llevará a la libertad.