Desde que la noticia de la nueva mina de diamantes llegó a los oídos de Alejandro, no rondaban otros pensamientos en su cabeza que recoger todos los diamantes posibles y disponer de una vida acomodada durante años.
El gobierno daba rienda suelta al pueblo, cualquier persona podía introducirse en la excavación y apoderarse de todos los diamantes que pudieran atesorar con sus propios recursos.
Alejandro partió temprano, con su caballo Mustang recorrió su camino hacia la mina de Caldas, Colombia. Sabía que cualquier dificultad en su camino, pondría en peligro su futuro, pues desde la última excavación de oro en Boyacá, su capital había sufrido un descenso preocupante. Sus vicios y su mala capacidad para conservar su economía, avivaron el rumbo a la derrota.
Trotaba cerca del río, cuando entre cedros y caobas, Alejandro visualizó una pequeña embarcación ubicada en una ensenada con enormes ramas sobre ella. Pensó en que alguien la escondió para cargar a su vuelta y huir a través del río. Pocos metros después, advirtió a una joven en apuros. Se trataba de Roxana, una mujer aventurera que, como Alejandro, soñaba con enriquecerse en la misma mina de diamantes. Se había recogido su melena castaña en dos trenzas de perfecta confección. Y sus ojos almendrados se asustaron al ver que un posible bandido le acechaba.
—Hola. Soy Alejandro. ¿Necesitas ayuda? Tranquila, solo quiero ayudarte, presiento que los dos nos dirigimos al mismo lugar.
—Hola, mi nombre es Roxana. ¿Puedes ayudarme? La rueda del carruaje se ha salido del eje y necesito volverla a colocar en su sitio.
Entre los dos posicionaron la rueda para seguir la marcha. Se miraban con encanto, pues algo en su interior surgió como una magia poderosa, otorgándoles una nueva energía con la que lograr tan deseada fortuna.
Según se iban acercando a la cantera, sus rostros fueron revelando un nuevo sentimiento, el encanto desaparecía para dar paso a la ambición. Los dos corrieron en busca de su mejor rincón donde picar con sus artilugios y recoger la mejor parte. Se miraban de reojo según avanzaban las horas. Sacos de diamantes se colmaban mientras sus ojos se comunicaban en cada momento; mientras descansaban para dar un trago de agua o se secaban el sudor de su rostro.
Al anochecer, unos vándalos armados con fusiles, atacaron la excavación sin piedad. Alejandro y Roxana intentaron huir con sus caballos pero con el sonido de los tiros trotaron despavoridos, así que se hicieron con dos de los sacos cargados de diamantes, y corrieron entre la maleza para no ser descubiertos. Alejandro recordó la embarcación en la ensenada y sin mirar atrás se esfumaron entre la vegetación en busca de su única salida.
Lograron huir sobre esa embarcación río abajo, con menos diamantes de los que hubieran deseado, sin embargo, lograron salvar sus vidas. Al alba, fue cuando descubrieron que la embarcación con la que lograron escapar, pertenecía a los mismísimos vándalos, sin saberlo, habían vengado la siniestra invasión.
Saludos
Magnífico final compañera!
Saludos Insurgentes