En el equipo de su ciudad no había grupo femenino pero, a sus dieciséis años, tenía muy claro que eso no le impediría seguir haciendo lo que más le gustaba, jugar al fútbol.
Meses de llamadas telefónicas, de cartas enviadas con recomendaciones de sus entrenadores y compañeros del equipo de instituto, de visitas a las oficinas del club. Y cuando ya lo daba todo por perdido, Alba recibió una llamada. Era el director deportivo, quería comunicarle que estaban dispuestos a darle una oportunidad.
-Alba, estamos dispuestos a hacerte una prueba. Será de un mes, coincidirá con el final de liga. Sabes que nos jugamos mucho, luchamos por subir a segunda división.
-Muchas gracias, le aseguro que no se arrepentirán.- Contestó ella llena de alegría.
Tres semanas después allí estaba. Después de mucho trabajo y pocos minutos en el terreno de juego, el míster había decidido darle una oportunidad que podría cambiar su destino y el de su equipo. La prórroga del partido que podría darles el ascenso iba a comenzar y ella estaba dispuesta a darlo todo.
Minuto 116 de partido, tras un tiro al palo del rival, Alba recibe el balón y comienza a correr por la banda derecha hasta llegar el área contraria, pasa el balón al 9 de su equipo, éste intenta hacerse hueco para buscar el gol pero no lo consigue y le devuelve la pelota, Alba hace un recorte frente a uno de los defensas, se encara frente a otro y se deshace de él girando sobre sí misma para colocarse frente al portero y, con un movimiento impresionante de su tobillo, chuta y marca el gol que da el ascenso a su club. El gol de la victoria, el gol que lo cambió todo y que permitió incluir a las mujeres en equipos masculinos.