Con la primera estrella, Raksasa, el gigante, cerró cuidadosamente su Botica y se dirigió a la Posada del Olmo Hendido. Escondido tras un árbol, Al-uin esperaba que el boticario se alejara lo suficiente. Entonces, se paró cerca de la pared lateral con pequeñas ventanas. Pequeñas para un gigante, pero perfectas para que las atravesara un duende, si podía trepar hasta ahí. Al-uin utilizó la escalera retráctil de Uri-en para trepar y, desde allí, se escabulló al interior.
Recorrió los pasillos, contando de memoria los pasos y giros. En la oscuridad, no llegaba a distinguir el final de las estanterías, que se perdían en las alturas, hacia un techo demasiado alto.
Ni la oscuridad ni el silencio lo amedrentaban, las flores de adormidera pagarían sus deudas de juego con la troll Katia. Se trataba de un pequeño robo para salvar su vida.
Cuando llegó al pasillo que buscaba, no pudo ignorar los grandes ojos violetas que brillaban en la oscuridad. Sólo los ojos de los trolls brillan así, y sólo un troll de aquella zona los tenía violetas. Estaba decidido a desandar el camino cuando el otro ladrón encendió una vela.
—Pero si es mi enano favorito, Al-ruin-ado.
La voz de Katia era inconfundible y desagradable, aunque intentara susurrar.
—Duende —corrigió Al-uin, aprovechando la luz para buscar la flor. Cuando la divisó en un instante bajo, señaló el estante más alto del lado contrario — No sé cómo haré para llegar hasta mi botín.
La troll, se giró y fue a revolver aquel sector, creyendo que arruinaba los planes del duende. Al-uin, más rápido y ligero, guardó la última flor de adormidera en su morral y se perdió en los oscuros pasillos de la botica. Dos ojos violeta se rebolearon en la oscuridad.
Enhorabuena Lucía!
Saludos Insurgentes