Todos los militares y colaboradores de países extranjeros han abandonado ya el país, la situación es insostenible. Los talibanes registran casa por casa en busca de los “traidores” y no tardarán en localizar a nuestro último hombre. Le fue imposible llegar hasta el aeropuerto y ahora está escondido, junto a su familia, en la que hasta ahora ha sido su casa, la casa franca desde la que se hacía pasar por un ciudadano más de Afganistán.
Es una pequeña granja situada a las afueras de Kabul. Bajo el suelo del cobertizo está el búnker donde se refugian. Apenas tienen agua y comida.
Ésta es la misión más importante de mi carrera, debe llevarse a cabo mañana mismo, no hay más tiempo para preparativos, no podemos fallar, sus vidas dependen de ella.
Son las 03:00 horas en Kabul, nuestro equipo de militares, expertos en salvamento de personas en situaciones extremas acaba de saltar en paracaídas y han caído en el punto previsto. Les espera una marcha, lenta y sigilosa, de una hora hasta llegar a la casa franca.
A las 04:00 horas abren la puerta de búnker y dan las instrucciones necesarias a nuestro compatriota. Deben marchar hasta la montaña, a un punto estratégico de evacuación que hemos estudiado durante años. Hasta allí, nuestro avión podrá volar, camuflándose entre la tosca geografía, aterrizar para recoger a nuestros hombres y regresar hasta la base amiga de Nueva Delhi donde ya estarán a salvo.
Aún no ha amanecido en Oriente Medio, recibo una llamada. El plan se ha desarrollado como estaba previsto. El asalto al poder de los Talibán no se cobrará más víctimas en nuestras filas.