Había llegado el momento, tras un mes de dura competición, disgustos, alegrías y sobresaltos, España había logrado llegar a la final. Aquel sábado era especial, era nuestro día, teníamos que concentrarnos en animar a nuestro país, sin distracciones. Nos reunimos en la casa del único amigo que aún permanecía soltero; pizza, cerveza y mucho tabaco. Todos estábamos preparados para disfrutar y sufrir a partes iguales, cuando los equipos de España y Francia saltaron al campo y a los pocos minutos comenzó el partido. Todos en el sofá, expectantes, coreando cada pase, gritando a cada tiro fallado, ondeando nuestras bufandas con la bandera de España. Pero el tiempo pasaba, la primera parte, la segunda, sin goles. Luego vendría la prórroga, también sin goles, así que habrá que ir a la tanda de penaltis. Manteniendo la respiración a cada tiro, coreando cada gol de España y maldiciendo los de Francia. Llegó el momento decisivo, el delantero galo falla su tiro y manda el balón a las gradas. El nueve español se prepara, coge carrerilla y lanza sin fallar, ¡¡¡Gol!! ¡¡¡España Campeona de Europa!!! La alegría nos invade, nos abrazamos, coreamos el nombre de nuestro país.
Entonces es cuando nos damos cuenta de que la gente ya ha salido a la calle a celebrarlo y no nos lo pensamos, salimos todos a la calle a celebrar el triunfo de España. Nada mas salir, una marea de gente nos arrastra, todos portaban la bandera arcoíris y nosotros con la bandera de España. Pero la muchedumbre nos arrastra en la celebración, no les importó lo que celebrábamos, que llevásemos otra bandera, que gritásemos España Campeona, comenzaron a gritar con nosotros y nosotros a celebrar con ellos. Porque todos celebrábamos lo mismo. ¡La vida!