El verano estaba a punto de hacer su aparición en Ruan, pero no era el calor del sol el que calentaba la plaza pública. Una enorme hoguera ardía e iluminaba los albores del nuevo día. Pero la plaza estaba vacía. Pareciese como si todos los habitantes del pueblo se hubieran esfumado con el humo que cubría todo el pueblo.
Ahora me encuentro frente a aquella hoguera, y en el centro de esta, una mujer que arde, que se consume casi desvanecida. No había llantos, ni lágrimas, ni tan siquiera una expresión de dolor. Era como si aquella tortura fuese una bendición para ella, tan solo miraba el cielo con el anhelo de ser pronto recogida en los brazos de su señor, aquel por el que moría.
Sus ojos bajaron hacía a mí, me miraron fijamente con una mirada penetrante y estremecedora, invitándome no a salvarla, sino a acompañarla en aquella tortura liberadora. Comienzo a caminar hacia las llamas, penetro en el fuego sin sentir ningún dolor y me abrazo a ella. Ahora los dos somos uno, siento sus pensamientos, sus angustias, sus esperanzas. Las llamas nos consumen juntos, abrazados.
Aquella mañana en Ruan nadie lloró por nuestra muerte, nadie fue testigo de aquella fusión de dos almas que volaron libres para siempre. No, no hubo dolor, no hubo sufrimiento. Todo eso lo había dejado atrás.
Inspirado en La sombra de Juana de Arco.
La figura de Juana de Arco, siempre me ha parecido fascinante.
Saludos Insurgentes
Saludos