😷 Cuenta la historia de un beso no dado durante la pandemia.
Como cada mañana Lucía se levanta y peina los cabellos blancos de su corta melena, se pone su vestido de luto, negro riguroso, y se sienta en su viejo sillón a degustar el rico desayuno. Cuando termina, va al mueble del recibidor y coge el viejo marco con la fotografía de su difunto marido, ya desgastado por el tiempo. Se queda mirando a su Herminio, que guapo era. Besa el cristal y le cuenta cómo han cambiado las cosas: - Amor mío, menos mal que no estás aquí. Estoy viviendo una pandemia, es aburridísimo y no tengo a nadie con quien matar las horas. Por las tardes me llama nuestra niña y me pasa con sus chicos, Ángel, que habla muy mal todavía, pero Esperanza se expresa fenomenal y me cuenta todas sus anécdotas del día. No me he podido ir a su casa porque dicen que es mejor que los mayores minimicemos los riesgos aunque para mí no hay mayor tortura que no tener a nadie en los que pueden ser los últimos días de mi vida. En fin, que sabré yo, si nunca pude estudiar. Te echo mucho de menos, tanto que no consigo encontrar la medida de las lentejas para una persona. Cuando el reloj da las seis de la tarde, Lucía se sienta junto al teléfono a esperar la llamada. Al primer sonido, lo agarra con ansia. - Abuela, soy Esperanza ¿no sabes todo lo que me ha pasado hoy? - como cada tarde, a la anciana le empiezan a caer las lágrimas por las arrugas de sus mejillas. - Cuéntamelo todo cielo, pero antes déjame decirte que ya son veinticinco los besos que tengo guardados para darte, se nos están acumulando y la abuela va a ser muy pesada cuando te vea.