Decidí estudiar ciencias influenciada por uno de mis amigos y condicionada por los resultados de los test que me hizo aquel insoportable psicólogo en el instituto. Sin embargo mi pasión eran los libros. Noventa y nueve libros llenaban las estanterías de mi habitación y de mi memoria. No había medallas, ni peluches, ni fotografías de actores famosos, solo libros. Cada noche cerraba los ojos y me convertía en un quijote, en un marco polo, en una doña Inés, en Bastian…
Las reglas y el compás sobre la mesa del estudio, los planos llenos de garabatos, los gruesos libros de normativa urbanística forman parte de mi día a día. Las casas se levantan ladrillo a ladrillo, llenando de vida las ciudades pero al cerrar los ojos me sumerjo en mi propia historia. Ahí estoy yo, esa joven atrapada por el embrujo de la luna, que escribe novelas en un viejo antro cerca del mar, donde mi amante se acerca cada noche a susurrarme al oído lo que yo quiero oír; donde un baile en Venecia me hace volver a creer en el amor; donde un encuentro fortuito en una farmacia puede cambiar mi destino; donde una enigmática librería de pueblo vuelve a abrir la puerta de mis sueños.
Al despertar, recuerdo cada uno de los sucesos y mis dedos teclean solos sobre el teclado del ordenador escribiendo mi propia historia. La sensación es tal, que solo cuando la releo siento que estoy viva.
Saludos Insurgentes