«Por ella.»

Cuando supe que estaba embarazada, él ya se había marchado. Se fue al norte, con una muchacha a la que yo no conocía, y que vino a mi fiesta de cumpleaños porque era conocida de una de mis mejores amigas. Me dejó con un mensaje, “Tengo que irme. Lo siento”. Dos meses después, el doctor me lo confirmó. Jamás se me pasó por la cabeza decírselo. Decidí ser madre soltera, criar a mi hija por mi cuenta. Darle mis dos apellidos.

He pasado muchas noches sin dormir. Llorando por si seré una buena madre, muy permisiva o demasiado estricta. Desesperándome, sacando fuerzas de donde no las tengo. Agobiándome por si no nos llega el dinero. Preocupándome porque mi hija de ocho años no tenga un padre, porque se sienta abandonada y olvidada. Un día me preguntó por él. De una manera sutil le conté la verdad. Que su padre no estaba, no había querido estar. Que se marchó antes de saber que ella existía. Que ahora vivía lejos, en el norte.

La casualidad quiso que me destinaran a la misma ciudad donde él vivía. Mi hija me confesó que le quería conocer. Me sentí despreciada. ¿Es que yo no era suficiente para ella? ¿No era una buena madre? Enrabietada, me negué, hasta que mi hija me miró con esos ojos azules. Sus mismos ojos azules.

Ha entrado a la librería donde él trabaja. Yo la espero fuera, preocupada, resentida. Ella no le dice quién es, solo quiere tenerle cerca un instante. Sentirle a su lado. Observo cómo él la atiende con cariño y actitud paternal. Bendita ironía. Cuando sale, su mirada iluminada y su sonrisa me hacen olvidar todo lo demás. Ha merecido la pena.

Al fin y al cabo, qué no haría una madre por su hija.