Domingo, 9 de julio de 2023.
El ruido del convoy, dos camiones y un todoterreno a toda velocidad, me ha despertado. Dos soldados han bajado corriendo y entrado en la tienda del comandante. Vestían nuestro uniforme, más bien nuestros colores, porque cada uno lleva lo que puede.
La noticia ha corrido por el campamento, y antes de que el comandante mandara reunirnos para darnos la noticia, la muchedumbre ya se arremolinaba junto a su tienda: “La Guerra ha acabado”.
Hace poco mas de un año que empecé a escribir este diario, cuando encontré este cuaderno moleskine entre las ropas de aquel soldado. Estaba casi intacto, solo contenía unos pocos bocetos, en las primeras páginas, de paisajes montañosos que quizás dibujara para recordar su tierra natal. No eran buenos dibujos, todo hay que decirlo.
Decidí darle al cuaderno la oportunidad que no le di al soldado. Era el cuarto de los que, según puedo asegurar, había matado. Quizás algún otro haya caído durante las escaramuzas, pero esos no vienen a visitarme en las pesadillas de cada noche.
La guerra ha acabado. Son casi dos años los que duraba este enfrentamiento entre hermanos, entre vecinos, la mas ruin de las guerras: aquella en la que ves de frente, apuntándote, a quien antes podrías haberte cruzado en un bar o quizás incluso podrías compartir lugar de trabajo.
Hay que recordar la historia para no volver a repetirla, decían siempre, pero o no ha servido para nada o no nos han dejado recordar mas que el odio.
La guerra ha acabado, qué importa quien haya ganado; ahora toca volver a unirnos y reconstruir nuestras vidas, sin muchos seres queridos y conocidos. Sintiendo el odio del vencido frente a la altivez del vencedor.
La guerra ha acabado, pero la vida sigue.
