Día 6 sin electricidad
Hoy no he tenido más remedio que salir, la comida de la nevera se ha estropeado, he tenido que vaciarla y cargar con las bolsas nueve plantas.
Algún vecino había forzado la puerta del garaje y he salido con el coche a unas calles desiertas, el silencio era aterrador.
Tras tantos días incomunicado (mi único contacto humano es el llanto del bebé de mis vecinos de abajo a los que no conozco) sin internet, televisión ni radio, tenía la esperanza de averiguar algo.
Todos los comercios cerrados, varios jóvenes saqueaban un supermercado, son las únicas personas que he visto junto con las que observaban tras las ventanas, ¡se llevaban teles y consolas en carritos!
He vuelto a casa sin noticias, muerto de miedo, con una ceja abierta de un puñetazo pero con muchas conservas y todo lo que pensé que pudiera resultar útil.
Día 23 sin electricidad
Han intentado tirar abajo la puerta de casa, he gritado que estaba armado y se han marchado. Las noches son cada vez más largas y terribles. Ya no escucho el llanto del bebé de abajo. No me atrevo a llamar a su puerta.
El agua del grifo sale sin fuerza, está turbia y tiene un sabor extraño.
Día 64 sin electricidad
Esperanza. Vehículos militares han pasado informando con un megáfono que les sigamos al campo de refugiados con los alimentos, ropa de abrigo y cosas de utilidad con las que podamos cargar.
Tardo, no me encuentro bien y casi no puedo con la mochila.
Hace días que no abro las ventanas porque cuando lo hago me llega un olor dulzón y repugnante junto con el del humo de los incendios.
Al hacerlo veo a los militares disparar al grupo de personas que se había congregado.
Saquean los cadáveres, ríen.
Saludos Insurgentes.
¡Enhorabuena!