Querida...:
Te escribo estas líneas para decirte que he sobrevivido al tiempo y a las acometidas de la incertidumbre, cuando yo mismo me preguntaba si el intercambio virtual de sentimientos acabaría con la espontaneidad. Pero lo cierto es que tú y yo sobrevivimos a las facturas de móvil cuando reducíamos al máximo los SMS, para que nos cupiera al final un «tqm» .
Todo aquello llegó después de enviarte mensajes a través de El Cabinista, o pedirle en clase a un compañero que te pasara mis notitas, ya que tú te sentabas dos filas a mi izquierda. Eran buenos tiempos.
Me daba vergüenza llamarte al fijo y que respondiera tu madre, por eso te hacía una llamada perdida, para que supieras que me acordaba de ti, mientras tú estudiabas para el examen de Historia.
Viajamos a través de Messenger por mundos que desconocíamos, cuando nos daban las tantas hablando sobre el temario de la «uni» o nuestra manera de entender el mundo. Nos pasamos a Facebook, tras algunos escarceos por Tuenti, y logramos encontrar nuestro espacio, más allá del tiempo y su contexto.
Pero llegó WhatsApp y empecé a perderte. Nos sentíamos obligados a hablar durante todo el día, a preguntarnos por dónde andábamos o a desearnos las buenas noches, en ocasiones sin ganas de hacerlo. Y un día decidimos no hacerlo más.
Tiempo después, me dijeron que te movías bien en Twitter, pero fue en Instagram donde me di cuenta de que habías rehecho tu vida.
Por eso, hoy recurro a la postal, como única vía para saber de ti, para intentar que vuelvas al principio y recuerdes a aquella niña que compraba un sello y lo pegaba en la postal, después de dudar constantemente sobre el paisaje que mejor acompañaría a sus palabras.
Vuelve solo si lo necesitas.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes