Llevo toda la vida componiendo por necesidad. Mi madre me cuenta que aprendí a leer a los tres años, y que a los cuatro ya sabía convertir el grafito en palabras. Escupí mis primeros relatos a los siete. Relatos que encerraban todas aquellas historias que ocurrían de cráneo para adentro. Historias que aún no habían pasado, que tal vez no pasarían nunca, o que pasaron, quizás, en otras vidas. A partir de los doce empecé a sentir que mis palabras no estaban vivas hasta que las acompañaba una melodía, y así fue como mis historias se convirtieron en canciones.
A partir de entonces, vomitaba letras y acordes con una facilidad que podía resultar impertinente. Aprendí a tocar el piano y la guitarra por mi cuenta porque mi familia no contaba con la suerte de poder pagarme una formación. Yo tampoco quería formarme en exceso, porque nunca quise convertir mi salvavidas en una fuente de ingresos. Pero como casi siempre ocurre, a la vida le dió igual lo que yo pensara, y una serie de circunstancias, que ahora no viene al caso concretar, me condujeron a ese lugar tan extraño llamado éxito.
Y entonces, la necesidad de crear se convirtió en la necesidad de gustar, y no hay nada más peligroso que aferrarse a un halago. Un día, mientras componía la que prometía ser la mejor joya de mi corona, dejé de oír. Unos sonidos extraños golpeaban mis tímpanos, primero el sonido de una caracola, después pequeños pitidos, voces a lo lejos y finalmente, la nada. Creía que me estaba volviendo loco, pero resultó ser el estrés parándome los pies. Al parecer se llaman acúfenos y nacen del vientre de la ansiedad.
Quizá sea el momento de irme con mi música a otra parte.
Allí donde se esconde el verdadero éxito.
Saludos.
Narración muy descriptiva y de calidad.
Vocabulario muy bueno.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes
Acúfenos, según mi abuelo.
Bonita historia.
No te conformes con 300 palabras. Ve a por más. :-)