Adam y Múriel eran dos jóvenes ejecutivos que se reincorporaban a su trabajo en el World Trace Center, después de haber vivido una idílica luna de miel. Habían contraído matrimonio, después de un intenso y fugaz noviazgo. Adam trabajaba en la torre sur del complejo empresarial, Múriel en la norte.
Eran las ocho de la mañana, se despidieron con un apasionado beso al pie de las dos torres y cada uno dirigió a sus respectivos trabajos. Cuando Adam llegó al piso 93, se sentó en su mesa, junto al ventanal en el que divisaba la torre norte, el lugar donde se encontraba su amada. Sentía que la podía ver, olerla, escucharla, en su cabeza todavía podía recordar aquellas dos maravillosas semanas junto a ella. Le invadía la nostalgia, pero le consolaba saber que unas pocas horas después podría volver a sentir el calor de su piel. Adam estaba tan absorto en sus pensamientos, que no había hecho caso de las noticias, un tanto confusas, del secuestro de unos aviones.
Casi como si fuera un sueño, vio como algo que no pudo identificar, se estrelló contra la torre norte, rápidamente solo se podía ver la torre envuelta en humo y llamas. El impacto había sido cerca del piso donde se encontraba Múriel. El desconcierto se instaló en su oficina, pero Adam solo podía mirar la torre norte, sentía que Múriel había muerto, se quedó paralizado, sin saber que hacer.
Aquella sensación le duró quince minutos, solo quince minutos, ante sus ojos un avión se acerca a toda velocidad hacia su torre, unos instantes, solo instantes después, el impacto. Adam murió al instante, casi sin sentirlo, sin poder reaccionar.
Eran las ocho de la mañana, Adam y Múriel, se habían despedido, quizás para siempre, quizás no.