Hoy me he encontrado en una esquela. No soy de los que rebuscan entre los muertos, pero di conmigo en la página de decesos del periódico que tomé prestado en la barra del bar donde fui a evadirme de todo. Hasta el momento no frecuentaba tascas a solas, siempre lo hacía acompañado. Supongo que la incomodidad de tomar algo conmigo mismo fue la que me impulsó a coger el periódico que descansaba, como un artículo desfasado cargado de actualidad. Por evitarme, por no escucharme, quizá.
Por si lo pensáis, no estoy loco. En realidad, soy el tipo más cuerdo y analítico del mundo. Todos mis movimientos son el resultado de una lógica rebuscada. Interpreto cualquier reacción, adelantándome al tiempo, antes de tomar una decisión. Incluso en lo referente a lo emocional. Silencio mi corazón y evito dar pasos por impulso. Supongo que por eso hace tiempo que estoy muerto. Unas horas exactamente, lo pone en la necrológica. Fallecí ayer. Soy consciente de que hay personas con el mismo nombre, incluso con los mismos apellidos, pero el de la foto era yo. Una foto que no recuerdo haberme hecho. Una foto en la que no me veo más mayor. Eso hubiera supuesto un viaje en el tiempo, lo cual no entraba dentro de mi racionalidad.
Es curioso, toda la vida adelantándome a los hechos y morir me pilla por sorpresa, a solas, en la barra de un bar. ¿Será esto un purgatorio? ¿El cielo quizá? Miré mis manos, volteándolas con lentitud. Moví los brazos, acaricié mi piel... seguía sintiendo el tacto, el gusto, el olfato... y sí, mi corazón aún latía. Como el del resto. ¿Y si todos allí estábamos muertos? Ante esa duda, comencé a buscar una respuesta racional. Los que acudían en pareja habían fallecido a la vez, quizá en un accidente de tráfico. Un descuido al volante y ¡zas! A tomar algo a la barra de un bar. Al fondo había un grupo de unas 6 personas. A lo mejor se conocieron aquí. ¿Cuánto tiempo llevarían muertos? Mi cabeza no dejaba de analizarlo todo, como de costumbre. La muerte, más que una vida mejor, era una estancia en el otro barrio.
Tras pedir mi cuarta cerveza, se me pasó por la cabeza la idea de acudir a mi propio funeral, por ver quién iría. Es curioso, durante los últimos días de mi vida nadie se puso en contacto conmigo. Sería estúpido, e hipócrita, venir a despedirse de mí cuando realmente ya me había ido. Acto seguido, pensé en ella (como si hubiese dejado de hacerlo en algún momento): mi amor platónico. No es que me hubiese dado calabazas, ni nada por el estilo. Simplemente, tras valorar las probabilidades de algo juntos, me detuve. No di el paso. Aun así, la escribía a diario, pero nunca le hice llegar mis letras. A lo mejor tan solo lo hacía por desahogarme irracionalmente, analizar mis emociones y bajarlas al mundo real, donde algo juntos no tenía cabida. Estando muerto seguía pensando en ella. No había duda, esto debía de ser el infierno.
Cuando digo que la escribí, no me refiero a cualquier cosa, más bien a una novela de 242.456 palabras. Una historia tan triste como romántica. Tan ilusionante como dolorosa. Tan real como vacía. Y mientras lo hacía, revolvía en mis emociones y sufría. Después analizaba cada párrafo y volvía a sufrir. Deduje que las ilusiones pueden terminar con uno mismo. Que el romanticismo no es más que una manera preciosa de alimentar imposibles, de no darse por vencido a pesar del dolor. Porque el amor puede con todo, pero el desamor pudo conmigo.
Sonó nuestra canción. ¡Hay que joderse! Como si hiciese falta para que la recordase. Pedí la quinta, parecía que no iban a cerrar, y pensé en lo que acababa de pensar. Lo de la canción no, lo otro. “El amor puede con todo, pero el desamor pudo conmigo”, y no fue el suyo precisamente, porque sé que me quería, hablo del mío. Me desamaba a mí mismo.
Era verdad que había muerto, así terminaba la novela: una oda a los miedos, a las mochilas ajenas, a los traumas silenciados y a la falta de valor. Menos mal que puse punto y final, porque ese tipo, durante los años que estuve escribiendo, fui yo. Perdí la noción entre la realidad y la ficción. ¿Estar ilusionado por un quizá cuenta como realidad? ¿Puede uno disfrutar de lo que añora si nunca ha sucedido?
Hoy celebro que he muerto, y pienso hacerlo realizando esa llamada. Voy a decirle lo que siento. No le voy a enseñar la novela, así de golpe, quizá busque una editorial. Quizá pueda servirle a alguien más. Conformarse es echar la vida a perder y, si algo he aprendido, es que sin ella todo tiene menos sentido. Finalmente, salí vivo de aquel local, algo tambaleante. Llamaré cuando esté sereno, pensé. Porque uno no silencia su mente en un instante. Y esa vez quizá tuviese razón. Tal vez moriría si finalmente mi amor hacia ella no fuese correspondido, pero merecía la pena intentarlo. A fin de cuentas, no siempre he estado vivo.
Me ha encantado
Genial relato, Txema.