«Alma gemela»

Era el día. No podía fallar. Desde que empezamos el instituto hasta nuestra graduación, mi corazón siguía encontrando motivos para latir: su sonrisa. Carla era la típica a la que le fascinaban los cuentos de hadas. La carpeta de sus apuntes llevaba impresionados rostros de princesas Disney. Y como buena devota, imaginaba que creería todavía en el príncipe azul.

Conociendo sus gustos sibaritas, hice lo propio. Me disfracé de Príncipe Adam o, lo que es lo mismo, La Bestia; Carla siempre fue mi Bella... hasta esa noche.

El gimnasio se transformó en una pista de baile que contaba con todo lo necesario  para no envidiar en nada a las grandes salas. Y ahí estaba, deslumbrante como acostumbraba, acorde a su popularidad. Ese vestido tipo tubo blanco realzaba su figura hasta el punto de convertirla en una especie de Venus en su nacimiento y más con esos cabellos cobrizos, para la ocasión recogidos en un fastuoso moño. 

¿El problema? El D.J.

Como quien no quería la cosa, me armé de valor acercándome a ella con la intención de sacarla a bailar; sonaba la canción que nos apasionaba: «Hello», de Adele. Pero me detuve. Quedé a cuadros cuando el D.J. abandonó la mesa de mezclas y la fue a estrechar apasionadamente entre sus brazos; se comían con la mirada, bueno, con todo...

Entonces, me desenmascaré y solté la bomba sin pudor alguno:
—¡Por una vez en tu vida no te avergüences de tus sentimientos; dile que soy YO tu alma gemela! 

Resultó que el D.J. era o iba a ser la D.J.
Había iniciado el cambio de sexo. 

—Si no hubieras esperado tanto, otro gallo nos hubiera cantado, Paula. 

Con cara de circunstancias, me quedé clavada en mitad de pista.