Caminaba sulfurado de un lado a otro de la habitación, con el ceño fruncido y hablando en alto mientras gesticulaba de forma exagerada, como si mantuviera una conversación con algún terapeuta imaginario con el que se estuviera desahogando tras una discusión amorosa.
- ¡No puedo creer que haya terminado con una loca como esta! - gritaba con la mirada perdida en algún punto de aquella estancia. - Y es que encima parecía dulce la tía ¿quién iba a imaginar que haría una transformación tan extrema? “Sí mi amor” pero después ¡me tenía monitorizado!
La pulsera digital de su muñeca le avisaba con un parpadeo de que había superado las cien pulsaciones por minuto, pero él seguía su enérgica marcha sin prestar atención.
- ¡Increíble! Incluso mis correos había mirado, pero lo de llamar a mis amigas para marcar su territorio… ¡Es que todavía no lo creo! Debo haber quedado como un tonto.
De nuevo se paraba frente a la mesa en la que esperaba encendido el ordenador. Tenía que entregar en apenas unos pocos días, pero no conseguía pasar de las 57 páginas que llevaba escritas.
- ¡Vamos! Guillermo debería acudir al encuentro de su amada Silvia para acompañarla durante el día más feliz de sus vidas, el nacimiento de su hijo. Pero ¿y si la dejaba pariendo sola y se ahorraba todos esos gritos y sufrimiento? Total, todas dicen que el dolor se olvida al ver la cara de su hijo y así se lo ahorra… ¿No? No, no creo que mi editora estuviera de acuerdo con ese giro, pero es son tan… ¿Cómo pudo hacerme eso?
De nuevo volvía a retomar su agitada ruta por una habitación que a cada paso se le antojaba más pequeña y asfixiante.
- Tenía que haberla visto venir. - Se repetía en voz alta.
Cruzó los brazos frente a la pequeña ventana tras detenerse atraído por la luz.
Habían pasado unos meses fantásticos tiempo atrás. Ella había llenado sus días y él se había sentido realmente feliz, feliz sin más. Porque reía sin esfuerzo alguno y hablaba con ella de una forma que no recordaba haber hecho antes. Podía ser sincero, contar detalles personales, incluso algunos de los que podrían hacer sentir avergonzado a cualquiera. Pero con ella no era así.
Y ella no tenía miedo de hacer lo mismo. Se mostraba infantil en ocasiones, pero de una forma tan entrañable y dulce… ¿Cómo podía haber cambiado tanto? De nuevo las líneas de su frente se marcaban con fuerza, al tiempo que él bajaba la mirada para seguir andando por la habitación.
Era como una rata encerrada en su jaula y daba vuelta imitando los giros en esas típicas ruedas que más parecían elementos de tortura que una distracción propiamente dicha.
¡Tenía que seguir con la novela! Pero ¿cómo alejar todo eso de su mente para volver a la idílica vida de dos enamorados deseosos de conocer a su primer hijo? En momentos como ese, una vida dichosa en pareja se le antojaba la antesala de un desengaño y un futuro cargado de sufrimientos.
Y, en realidad, todo aquello que ahora cargaba su cabeza parecía empezar a ordenarse de alguna extraña y retorcida forma.
Escribiría otra novela, pero no una de esas predecibles y con final feliz de las que su editora solía incluir en las colecciones del corazón. Esta vez sería dura, cargada de altibajos, con idas y venidas entre unas y otras parejas. Con desengaños, con infidelidades, con tríos tóxicos ¡sí, sin duda debía incluir uno de esos tríos extraños en los que siempre hay alguien que vive en la ignorancia! La verdadera víctima de los caprichos de la pasión, alguien como él que siempre ama a pecho descubierto, sin maldad ni suspicacias. Así sería su nuevo libro.