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Cristina.ldg

«Amor propio a distancia»

938 palabras
7 minutos
84 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
💔 Ponte en la piel de un escritor o escritora que tiene un bloqueo debido a un desengaño amoroso.

Alargué el brazo lentamente, acerqué la mano al móvil y, como si a mi dedo índice le diera un espasmo, apreté el botón que iluminó la pantalla. Ninguna notificación. “Maldita sea”. La ilusión y las ganas de recibir un mensaje suyo fueron abofeteadas por su falta de interés. “¿Cómo vamos a mantener una relación a distancia, si no somos capaces de comunicarnos en seis días?”, me pregunté, sintiéndome capaz de contar hasta los minutos y las horas desde el último mensaje.

Volví la mirada a la pantalla del ordenador. La página en blanco se me incrustó en las retinas. “¿Y ahora qué escribo?” Mi editor me había pedido que hiciera funcionar la relación entre mis personajes, porque eso vendería mucho más, pero no me salía nada. Nada. Mi mente estaba vacía. Estrujé mis pensamientos, pero mis dedos seguían parados encima del teclado. “Maldita sea”, volví a protestar. Representaba que mis personajes tenían que vivir una historia de amor a distancia bella y armoniosa, y no encontraba la manera de describirla. Aún menos cuando lo único que sentía en ese momento eran ganas de tirar el ordenador por la ventana y el móvil a la basura. “¿Por qué no me habla?”

El teléfono empezó a sonar y mi corazón dio un salto de altura. “María”, leí. Mi corazón cayó tres veces más abajo con un golpe sin colchoneta.

- ¡Hola niña! ¿Qué tal estás? – escuché al otro lado.
- Hola, – contesté sin efusividad –. Sigue sin hablarme – le dije sin más. Sabiendo la razón de su llamada.
- Pasa de él. Si te habla, bien, y, si no, pues a otra cosa, mariposa, que la vida son dos días.

Sentí repulsión ante sus consejitos de bolsillo.

- Me gusta mucho, no puedo dejarlo escapar.
- Ya se lo dijiste y, en vez de apostar por vuestra relación, te ha vuelto a dejar de escribir, Susi. – Me explicó, como si no lo supiera ya.
- Está lejos y tendrá otras cosas que hacer – lo defendí.
- ¿Dónde está tu dignidad? – preguntó después de oírme lloriquear durante toda la semana.
- No la encuentro. Tengo ganas de hablarle otra vez.
- Ni se te ocurra – se enfadó esta vez –. Siempre igual, Susana.

Cuando usaba mi nombre completo, sabía que tenía que recapacitar de verdad. No repliqué.

- Le escribes, parece que todo va bien y luego él no te corresponde. – Me volvió a explicar, dándome la visión objetiva de quién está cansado de escuchar siempre lo mismo –. Escribe tu libro y olvídate de él.
- Como si fuera tan fácil… – comenté, revisando en la pantalla del portátil si por casualidad había aparecido alguna palabra.
- Oye, te dejo. – Oí voces de niños peleándose de fondo –. Te llamo luego. Un beso.

Y colgó. Dejé el móvil a un lado, pero incluso antes de concentrarme en la página en blanco del ordenador, mi dedo derecho tuvo otro espasmo y volví a apretar el botón de inicio del teléfono. “¡Maldita sea! ¡Deja de mirarlo!”. Me regañé a mí misma por la inercia incontrolable de comprobar constantemente si había recibido algún mensaje. Y, como si no fuera suficiente desgracia, la pantalla del portátil también brilló por su escasez de contenido y me recordó que debía escribir algo, lo que fuera. “Bueno, no, lo que sea no. Una historia de amor”. El mal humor se acrecentó con la última palabra.

Me levanté de la silla de mi escritorio, fui a la cocina y abrí la nevera. Mi cuerpo se movía solo. Me solía pasar cuando mi mente estaba tan distraída. Miré los estantes. “Ni siquiera tengo hambre” refunfuñé. Cerré la nevera de un golpe y me obligué a volver al despacho “y no te levantes más hasta que tengas algo para enviar”.

De camino de vuelta, oí la melodía de llamada entrante de nuevo. Sentí ese salto de altura en mi pecho y corrí. “Mamá”, leí. Se me resquebrajó el corazón por más esquinas. Pronto no sabría ni por dónde empezar a reconstruirlo. No contesté. No estaba preparada para otra charla. De momento me iban bien mis técnicas de autodestrucción y arrastramiento. Me concentré en las palabras “autodestrucción” y “arrastramiento”, sin ni siquiera saber si era una palabra de verdad. “Qué patética suenas”, pensé. Al tiempo que la realidad me pegaba una puñalada, se me deshizo la tensión de la garganta acumulada durante mucho tiempo y me puse a llorar. Lloré todo. Me di cuenta de que no podía seguir así.

Busqué el chat de mi amiga María. “Estoy preparada para dejarlo correr”, le escribí. Me contestó con caritas sonrientes, aplausos, bailarinas y serpentinas. No le agradecí el mensaje, me dolió tanta emoción. Seguramente lo que me dolió más fue el orgullo, por haberle tenido que dar la razón, pero obviamente no se lo dije.

Luego abrí el chat de Mateo. Leí la última frase que le había escrito “Buenas noches”, con un besito. No había nada más, ninguna respuesta por su parte, como si no se hubiera despertado aún. También me dolió un poco. También en el orgullo. Me había hecho sentir un trapo y yo se lo había permitido. Me enjugué las lágrimas y, con un arranque de valentía, borré la conversación y lo bloqueé. Me reconfortó. En ese momento comprendí que estaba tomando la decisión correcta.

Puse el móvil boca abajo como sentencia de muerte a toda distracción y suspiré tranquilamente. No era capaz de escribir la historia que me pedía mi editor, pero podía escribir sobre el amor propio de la protagonista. Más importante aún que cualquier amor en una relación a distancia. O sin ella. Si yo creía en mi historia, sabría defenderla mejor. Él también tendría que hacerlo. Mis dedos empezaron a teclear…

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Cristina.ldg
Miembro desde hace 3 años.
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Paloma RUIZ DEL PORTAL
08 sept, 01:03 h
Me ha gustado! Real como la vida misma....
Harmoniosa va sin hache ;)
CL
Cristina.ldg
08 sept, 08:10 h
¡Ups! Cambiado, ¡gracias! :)
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