Aquella extraña persona y yo nos conocimos en el único banco del parque negro que se mantiene de una pieza. Yo andaba meditabundo, quieto en el espacio, pero agotado por el trasiego de mis pensamientos, cuando apareció con jersey de cuello vuelto, manto enrollado a la cintura, y unos guantes roídos por las circunstancias y las motas de lodo que arrastraba el viento en esos días.
Me dijo que no quería molestar, y aunque en realidad lo hizo porque yo soy muy dueño de mi tiempo, le hice un gesto con la mano para que continuara. Contó que tenía la culpa de todo: de lo magnánimo y lo maligno, la dicha y la desgracia, lo hermoso y lo horrible, el remedio y la enfermedad, y también la alegría y la amargura. Dijo que todo empezó por su culpa y acabará por lo mismo en definitiva.
Pensé en la locura que asola el mundo, junto a lo insano y mundano que domina la existencia; algo demasiado claro a pesar del desolado gris del cielo, Pero aquella persona extraña estaba en sus cabales, con una mirada plena de franqueza, bañada por una singular mezcla de inocencia e ingenuidad.
Confesó haber odiado tanto como amado, y cuando quise preguntarle si era algún dios venido a menos, mirándome a los ojos y negando con la cabeza posó una de sus manos en mi frente.
Entonces comencé a ver estrellas, planetas, rocas flotando en la inmensidad, colores, vida y muerte a través de un vertiginoso túnel caleidoscópico.
Poco después volví a estar solo en el banco, sintiendo aún la magia de su tacto. Y allí, dentro de mi mente, de mis preciados pensamientos, una voz susurró que quien había hablado en cuerpo y alma era el Universo.
Me ha gustado Dani, enhorabuena.
Saludos Insurgentes