Había estado viendo a aquel viejo entre el público del club Kaiserkeller cada noche, en primera fila, sosteniendo una jarra de cerveza de la que nunca bebía, inmóvil, sonriendo con un rictus entre irónico y cruel, con su único ojo fijo en el escenario, fijo en el grupo, fijo en él.
Por eso, aunque se sobresaltó al encontrarlo en su camerino en el descanso, tampoco se sorprendió realmente.
—¿Quién es usted viejo, y qué hace aquí? —dijo intentando sonar firme sin conseguirlo.
—¡Silencio John, hijo de Alfred!, —rugió cortante el anciano en un tono que, junto a la mención a su padre al que no veía desde que tenía 5 años, hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
—Puedes llamarme…señor Sannr, y estoy aquí para traerte un regalo —reveló sonriendo conciliador el anciano.
—¿Un regalo? —logró articular el joven, extrañamente intimidado por la presencia, la voz y sobre todo la mirada del único ojo del anciano.
—El regalo del conocimiento de lo que podría ser —contestó señalando a un puñado de pequeñas piezas de madera labradas con extraños símbolos, que reposaban ominosas sobre la mesa.
—Las runas hablan de una encrucijada que se abre esta noche —susurró el anciano, —puedes marcharte ahora mismo, volver a Liverpool, olvidarte de la música, vivir una larga vida y morir feliz rodeado de hijos y nietos pero olvidado por el resto del mundo.
John, aún algo embotado por el Preludin, podía sentir la verdad brillando en cada palabra del anciano.
—O puedes volver a salir al escenario, alcanzar la gloria y la riqueza, ser recordado para siempre y morir prematuramente de una forma violenta y cruel. —concluyó Sannr.
Mientras John cantaba junto a sus amigos, en lo más íntimo de su corazón sabía que nunca se arrepentiría de su elección.
Saludos.
Me alegra volver a leerte por estos lares!
Quién iba a decir que de ahí nació una leyenda!
Relato descriptivo y de narrativa impecable.
Saludos Insurgentes.
Buena historia.
Mientras tantos, a jugar.