Kate tenía el físico, un cabello largo, una expresión astuta en sus ojos verdes ámbar y un nariz que parecía diseñada para ofuscar Cleopatra, sin embargo su boca era una fina linea de indignación, estaba claro que ella había perdido la ilusión, sus expresiones la ronroneaban de la misma forma que yo hacía en su regazo cada noche que ella se dedicaba a escribir.
Me dijo que imaginaba las más oscuras escenas en su cabeza, que sabía exactamente como definir el guión de su historia, al menos en el papel, pues la verdad es que sentada a su mesa mirando al horizonte con una pilla de libros a su lado se sentía insegura de retomar su escritura. Kate creía que se había incendiado por confiar en una llama perdida de un mechero cualquier que iluminaba mal su camino.
Evidentemente ese mechero tenía un nombre, y una relación de casi 10 años no podía ser olvidada de la noche a la mañana, quizá por tal Kate me decía que volaba en las hojas de su ordenador, intentado también hacerlo en la vida real, pero sus asas parecían ajustadas en un cielo tan inmenso en que ella apenas visionaba algo.
Se ría con sarcasmo de cada vez que se acordaba que él siempre le decía que ella era como la luna, pero en realidad lo que sucediera fuera que él había substituido la media luna – Kate - por una luna llena, Maria, que la había eclipsado.
Yo vía como, con cuidado para no molestarme, abría la ventana que se encontraba delante de su mesita de ordenador pensativa. Seguía dubitativa, era casi como se pudiera ver esa brisa que la zarandeaba pero no la sentía, no, esa emoción casi había sido borrada de sus sensaciones.
Ella ya no estaba en su punto de partida pero todavía no había llegado a su meta, pretendía reconstruir sus asas pero carecía del material adecuado – no, no era que ella no fuese capaz – Simplemente había acumulado demasiada ansiedad como para sentir más sangre que agua. Ella no quería que todo lo que volviese a escribir le recordase lo mucho que había amado jamás a otro alguien.
Sabia que ella quería volar alto, tan alto cuanto su imaginación pudiese alcanzar. Quería ver sus sueños intensamente reflejados en páginas de libros, la libertad de dejar de estar angustiada o melancólica por su vida amorosa y providenciar a los demás un verdadero cuento de hadas.
Su mano temblaba, gritaba que debería continuar con su historia, bloquearse por alguien debía ser pasajero, sin embargo albergaba la sensación de sequedad, como se matase a su planta para convertirse en su asesina.
Volvió a sentarse dejando la ventana abierta, vio de nuevo la luna y retomó su escritura menos insegura que antes pues, si la luna no se parecía importar de que la ofuscara el sol ¿Como podría ella seguir en la misma hoja?
Todo era una cuestión de tiempo, y ella pisaba la arena fina de su reloj. De mi parte, volví a sentarme en su regazo en la cualidad de su gato.