A comienzos del siglo XIX pecaban de lo mismo pero a la inversa. Friki era la mujer que elegía hablar antes que callar. Friki era la mujer que quería trabajar. Friki era la mujer que quería votar, que queria estudiar, la mujer que queria viajar, que queria leer y escribir, que disfrutaba de su propia soledad y que quería conocer el universo. Friki era todo eso, solo que utilizaban la palabra “bruja” . La mujer que quería, la que quería. Quería, quería, quería...pero a la que no dejaban.
Emily Dickinson no era callada y a pesar de que ya existía un manual de como se debía comportar una señorita, ella tenia su propia opinión al respecto. Ella quería escribir por encima de todo y aunque no la dejaban, lo siguió haciendo hasta el final de sus días. En eso se diferenciaban las visionarias, en saber que todo lo que el mundo dictaminaba como equivocado era todo lo contrario: lo correcto. ¿Y como no iba a ser lo correcto si te hacía sentir tan bien? Ella paso sus últimos 20 años sin apenas salir de casa, flotando en sus casi 2000 poemas. La solitaria poetisa recluida. Se gano la fama de rarita del pueblo hasta tal punto, que cuando la veían fuera de su habitación se asombraban al igual que si vieran un fantasma.
Supongo que llego un momento en el que pensó que nada del exterior le daría la libertad que le daba la poesía. Excepto, probablemente, su cuñada Susan Gilbert, pero eso no es ningún misterio. Gracias Emily por enseñarme a ser libre sin tener tanto.
