«Buenas noches»

Siete en punto de la mañana. Un despertador suena, estridente y artero, encima de una mesita de noche, callando tras unos pocos segundos tras estrellarse contra el suelo. Ciertos repujados pies se enfrentan contra el helado suelo y caminan, rápidos hacia la ducha. Se escucha un bostezo seguido de un quejido y un suspiro. Pocos minutos después, un desayuno descansa, plácidamente, encima de la vetusta mesa del comedor con una nota en la que se puede leer «comprad pan» con letra apresurada. Un par de prendas se descuelgan del armario y caen, aleatoriamente, sobre el cuerpo de Aurora, vistiéndola.Dos y media de la tarde. Aurora se quita la bata y los guantes, deja la escoba y la fregona en el armario y se mira en el reluciente suelo enlosado. «Tengo que dormir mejor.» piensa ella para después discernir que sus sueños seguirán siendo eso, sueños.Cinco de la tarde. El autobús número 138 abandona la calle y se pierde entre el terrible aguacero que las nubes han desatado sobre el ladrillo urbano. Dentro, Aurora se mira en un espejito de mano y, con increíble pericia, se hace una larga coleta. Mientras contempla a través de la ventana como los locales aparecen y desaparecen de su vista, reza una callada oración al dios de las propinas.Doce de la noche. Aurora introduce la llave en la cerradura y con un tremebundo crujido hace que su espalda regrese a su posición original. La puerta es empujada suavemente y cerrada con increíble cuidado tras lo cual, Aurora se dispone a subir con pies de pluma las escaleras y al llegar al primer piso se detiene en el quicio de la puerta de uno de los dormitorios, el cual despide cierto sonido de ronquido. Sonriendo, Aurora susurra:«Buenas noches, hijas.»