«Correos»

Había poco correo, con suerte acabaría pronto. Parecía que no tendría mucho trabajo. Llegó a un vecindario de chalets adosados. Aparcó la vespa, se quitó el casco y se recogió su melena rubia con una cola. Recogió el correo que correspondía a dicha calle y comenzó por orden numérico a repartir por los buzones. De repente apareció una carta certificada, esto era lo que más asqueaba a la muchacha y más lata le daba porque tenía que entregar la carta personalmente para que se la firmara el destinatario.
Tocó el timbre de la casa y esperó, repitió la operación sin respuesta. De pronto empezó a oír un ruido que venía de una de las ventanas de la casa. Se escuchaban como pequeñas palmadas, el sonido comenzó aumentar con más fuerza y se oían unos gemidos. Las palmadas cada vez eran más fuertes y sonoras junto a gemidos y gritos de placer de una mujer, y se podían oír por toda la calle. Dos chicos que paseaban en bicicleta se pararon a escuchar delante de la casa, justo detrás de la cartera y comenzaron a reír. La cartera los miró, sonrió y alzó los brazos con la carta en la mano mostrando desesperación.
Volvió a llamar. La ventana de arriba estaba abierta, no se veía nada, pero salía resonante el ruido de la pareja follando y los gemidos de la chica que se apreciaban por toda la calle.
Los chicos reían.

—¡Están follando! —dijo uno.

—¡Reviéntala! — gritó otro.

Los chicos salieron corriendo.

La cartera volvió a llamar, entonces un hombre se asomó y gritó:

—¿Qué coño quiere?

—¡Traigo una carta certificada!

—¿Quién es? —le preguntó la chica a su novio.

—La cartera que viene para joder con otra multa, seguro... y no dejarnos joder literalmente tranquilos, su puta madre...