Me temblaban las manos. Aunque me habían hablado muchas veces de ellas, aquella era la primera vez que acudía a una cita a ciegas y estaba nervioso. Mis pulgares recorrían, inconscientemente, el borde de la mesa, sin rumbo fijo, mientras aguardaba la llegada de mi citada.
Pocos segundos después, el sonido de unos tacones acercándose por el pasillo que se extendía tras la puerta del salón, terminó con el juego de dedos y atenazó mi cuerpo por completo. Llegaba el momento. ¿Cómo sería?
Justo en ese mismo instante, se fue la luz en el local y todo quedó a oscuras. Como buenamente pudo, la chica consiguió llegar hasta la mesa, con el único auxilio de la luz de un mechero que iluminaba, a duras penas, el siguiente paso que debía dar.
Cuando, por fin, consiguió sentarse frente a mí comenzó la verdadera cita a ciegas. Conversamos, durante varios minutos, de nuestros hobbies e intereses y nos fuimos conociendo, poco a poco. Mi primera impresión sobre ella fue muy buena y creo que hubo una conexión excelente entre nosotros durante el poco tiempo que estuvimos hablando. Antes de dar por concluida nuestra cita, me aventuré a acercar mis manos a su rostro e intentar, mediante el tacto, crear una imagen de ella. Deslicé mis dedos por su pelo, acaricié sus ojos y mejillas y disfruté de sus carnosos labios.
Justo cuando terminé de crear la imagen de su rostro en mi subconsciente, volvió la luz al local. Abrí los ojos y la observé con atención. Decir que era hermosa se quedaba corto para definir lo que tenía ante mí.
Aquello fue un flechazo, un verdadero amor a primera vista.
Buen relato, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
¡Un abracho Chimo!