Había pasado tiempo desde la última cita. Un chico de 38 años dueño de un bar, había entrado en mi vida de una manera explosiva. Fueron apasionados los encuentros en calas y en el propio bar, pero fue un SMS el que marcó el final de algo que en ningún momento denominé "relación".
Pocas lágrimas fueron derramadas, mas bien ninguna; solo una botella de licor de café quedó vacía durante el duelo. Recuerdo llegar a la cama tambaleándome y desde entonces, he dejado de beber ese tipo de elixir.
Nos conocimos en una red social y después de un contacto que duró meses, decidimos dar un paso mas. Como estábamos a unos kilómetros de distancia, optamos por quedar en un punto intermedio.
Era tiempo de carnaval y en el bar Maragatos de la ciudad de Astorga se celebraba una fiesta de disfraces cuyo tema era México y su cultura; así que en un local cercano al palacio, hecho por Gaudí en su día, compré una máscara de Frida Kahlo. Él iría de Diego Rivera ―Hasta suena a premonición!―.
La poca fortuna hizo que existiesen muchos clientes con la misma máscara, por lo que aproveché para disfrutar de la coincidencia, observando al que de momento era el único “marido de la pintora” en la fiesta; pero con la decepción de ver que se dedicaba a flirtear con alguien que llevaba la careta de Salma Hayek. Decepcionada, abandoné el lugar.
”Todo llega al final en alguna ocasión, aunque eso supone el comienzo de algo mejor” siempre me lo decía mi madre. Hoy, vivo feliz con un astorgano.
Brava!
Saludos,
Carol.
Por cierto, Astorga es preciosa y envolvente.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes