Iba a matarlo.
Iba a jodidamente matarlo. Él me había traicionado. ¿Cómo cojones podía controlarme ante eso?
No lo estaba haciendo. Porque lo cierto era que estaba a instantes de perder la poca paciencia que tenía.
Se supone que no debes tener poderes, pero si los tienes, todas, y digo TODAS las películas dejan que haya un amigo fiel que conoce el secreto y protege tu identidad secreta. Marvel, DC… hasta Los magos de Waverly Place. Todos saben que si tu mejor amigo viene un día y te dice: tengo poderes mágicos, vas y te callas. Quizás haces un poco el drama, pero no lo traicionas.
¿Qué había hecho el muy cabrón? Había cogido mi secreto, MI SECRETO, y se lo había contado a su novia. Probablemente estuviera sacando las cosas un poco de quicio… ¡Joder! No tenía suficiente con que me dejara en la friend-zone por ESA que además le había ido a contar mi secreto. Bueno, ella no tenía la culpa, la tenía el gilipollas.
Vale, tenía que calmarme. Como ya mismo. Respira.
Llegué rápido a su casa, ventajas de poder volar, y golpeé su puerta con fuerza. Me abrió su abuela y me dejó pasar rápidamente dándome un plato de galletas. Musité un agradecimiento y corrí escaleras arriba. Jamás se me olvidaría la cara de terror que puso cuando me vio.
- Se lo has contado a tu novia.
En vez de disculparse, dijo. – Si tuvieras pareja entenderías que hay secretos que no se pueden guardar.
Y ahí perdí el control.
Bueno: descubrí un poder nuevo, malo: Ejem...creo que mandé a mi ex mejor amigo a otra dimensión. ¡Qué pena! Malo: tuve que aguantar a su novia llorando. Bueno: pude comerme todas las galletas. ¡Eran de chocolate!