Ha llegado el día de la entrega y sigo temblando como cuando me presenté al examen de conducir. Las múltiples llamadas de mi editora y sus mensajes recordándome que llegaba tantos minutos tarde no estaban ayudando en el ataque de pánico repentino que hacía varias décimas de minutos intentaba controlar.
Entre controlar la respiración y pensar una excusa útil al hecho de que me retrasaba en la entrega se me escapaban los minutos cual reloj de arena goteando despacio. Finalmente contesté su llamada número diez.
¿Sí? Soy yo. Lo siento.Lo siento es una frase vacía cuando lo que viene es una excusa falsa. A ver, deléitame con tu historia esta vez.No es una historia. Es real. Estoy hiperventilado, tirada en el mármol de mi salón intentando que el frío en la espalda consiga bajar la temperatura, calmar mis pensamientos y controlar este ataque de pánico que estoy sufriendo – le conté tal cual lo estaba viviendo.Está bien. Le diré a mi jefa que nuestra escritora del momento necesita un día más. Voy para tu apartamento y… o me das el manuscrito, o te lo robo. ¡Tú eliges!Gracias como siempre. Aquí te espero.Tras aquel episodio escribí a mi psicólogo solicitando una consulta urgente porque no se podía volver a repetir esta situación. Tampoco me falló y acudí puntual.
Gracias también a ti. No sé cómo me podría sostener sin pilares. Me ha vuelto a pasar. Llevaba semanas sabiendo que iba a pasar y no he podido hacer nada para controlarlo. Tuvo que venir Sofía a recoger el pendrive con el manuscrito final y hacer la entrega sin mi presentación. Ya sabes, me puede el terror que, tras tantos meses de trabajo, me rechacen. Siento morir si en ese momento veo un mal gesto. Cada libro es un parto, un hijo y la presión aumenta con cada uno de ellos porque debe ser mejor al anterior y siempre pienso que el anterior es inmejorable. Puedo documentarme, puedo escribir… Disfruto el proceso de gestación, pero el postparto es insoportable.Lo sé, Lidia. Lo hemos trabajado mucho en consulta y tienes que hacerte valer y ver que el público te lee, que el manuscrito ha sido revisado previamente y que el momento de la entrega es solo como cuando le das el examen al profesor, pero el trabajo ya está hecho. ¿No te sirvió el ejercicio de respiración y meditación que te recomendé?, me dijo con tono amable y tranquilo.Nada, no funcionó. Ya te digo que sabía que me pasaría. Ahora el manuscrito ya está entregado y sé que la fecha de la presentación es en tres meses y no dudo que me va a volver a pasar. Ojalá pudiera hacer un simulacro de todo eso y practicar previamente o, bien, convertirme en ese tipo de autora anónima, como Banksy, que todos admiran su obra, pero nadie lo conoce físicamente. Mis miedos son más poderosos que mis ganas y sé que no voy a poder acudir a la presentación.Trabajaremos sobre ello, podemos teatralizarlo, organizar incluso una presentación virtual, vía Zoom, que ahora están tan de moda y yo estar a tu lado, sostener tu mano. Sabes que me importas y que quiero que superemos esto juntos. Estoy a tu disposición. Piénsalo y lo planificamos en la próxima consulta.Estaba segura de que nada funcionaría. A pesar del esfuerzo por parte de mi editora para que no se volviera a repetir la misma situación, del trabajo psicológico todos estos meses, del apoyo de mi familia, amigos, seguidores y de que, por una semana, estuve convencida de que sería capaz solo bastó el comentario de un hater en mis redes sociales donde se anunciaba la presentación para acabar con la ilusión y el deseo de firmar ejemplares, de conocer a mis lectores, de compartir en directo opiniones y saludos, de pensar cada dedicatoria con el mimo que se merecen.
“Mañana no iré. Tú tampoco. Cobarde”.