Las 11 de la noche. Ceno una pizza que me trae un repartidor absolutamente idiota. Me pongo a escribir. En primera persona. Debería avergonzarme porque últimamente a todo dios le ha dado por escribir en primera persona. Además, el protagonista, o sea yo (yo soy el protagonista, pero soy un personaje, y la estoy contando yo, pero en verdad la está escribiendo el autor que pretende así envanecerse ganando este concurso –guiño número 1 a los votantes lectores- así que yo no soy yo, sino él, pero él no soy yo... un lío vamos, no puedo resolverlo ahora).
Además creo que mi historia no gustará porque soy un escritor gay aburrido que no tiene nada que decir. Puede tener sus ventajas, claro, porque no sé si saben ustedes que los gay somos de lo más brillantes, inteligentes y sensibles; y que casi todos los grandes momentos de la humanidad, así como sus obras más gloriosas, están relacionadas, de cerca o de lejos, con el mariconeo. Así que tienen que votar esta historia, que está contada por un gay y eso hace de lo más moderno.
En fin, que son las seis de la mañana y no puedo dormir. ¿Pero cómo es que son las seis de la mañana y no puede dormir si ha comenzado la historia a la hora de la cena en tiempo verbal presente, se preguntará el querido votante lector? ¿Un recurso literario?¿Un despiste?¿Un virus en el ordenador?¿La venganza de algún colega escritor por haberle ganado en algún otro concurso antes (todos hemos ganado alguno, pero recuerden que lo bonito es ganar dos)? La verdad, la única verdad, la respuesta correcta es que mi yo-personaje puede que sea gay y sofisticado, pero mi yo-autor es un gilipollas que ni siquiera sabe hacer la o con un canuto y tiene tanta idea de escribir como mi yo-personaje de cantar ópera, por lo cual ambos haremos un papelón horroroso, nadie nos votará, perderemos el concurso y todo será melancolía (recurso de dar pena).
Porque si todo quedara en manos de mi yo-personaje, es decir, si el protagonista se adueñara del teclado, desde luego al personaje, lo primero, le pondría un nombre guay como Archibald. Tampoco sería un pobre y fracasado escritor gay. Sería un sofisticado arquitecto. Sí, los arquitectos creen que la Virgen María les toca el culo en el momento de nacer y a partir de ese momento son “los elegidos”. Esto es un recurso humorístico, no se me enfaden los posibles arquitectos que pueda haber entre los votantes lectores. Bueno, pues sería el arquitecto Archibald. Mi historia comenzaría un tórrido día de verano en el que me encuentro proyectando en mi estudio la estructura de un rascacielos. Son esperarlo, un chico y una chica tocan a la puerta y me invitan a tomar un café porque son unos vecinos que me ven trabajando continuamente y han pensado que necesito descansar. Entre desconfiado y curioso, decido ir, y me sorprendo al conocer a dos personas encantadoras con las que entablo rápidamente conversación y creo comenzar una amistad. Como en esta historia no soy gay, me fijo en ella rápidamente, y apenas reparo en él. Cuando me despido y vuelvo al trabajo, descubro horrorizado que me han robado los planos. En su lugar, una nota que dice “Estúpido, ¿tú has visto que alguien invite a un desconocido a tomar café a media tarde en otro lugar que no sea una película?”. Ni rastro de la pareja en todo el edificio.
Corto, breve, conciso, y sobre todo, complejo. El protagonista de la historia sentiría por unos minutos la fantasía estar en uno de esos vértices de la vida en los que pasa algo que cambia la existencia. Se enamora perdidamente de la chica que lo ha invitado, y se olvida del maldito trabajo. Al final, descubre como todas sus ilusiones se van al garete, y la cruda realidad le impone un severo correctivo. Algo así como el fin de la utopía. Sería una historia grande, simbólica, cargada de sentimientos, una férrea crítica al mundo receloso y cruel que nos ha tocado vivir, en el que los hombres se comportan como alimañas. Sería un nuevo concepto de la literatura.
... Sería una mierda...
Voy a darle un voto de confianza a mi yo-autor porque ya me está tocando los cojones. A ver qué decide hacer con mi yo-personaje. Posiblemente soy una escritor gay y acabado muerto de sueño a las seis de la mañana, que espera que, inexorablemente, el despertador suene a las siete para levantarse e ir a trabajar. ¿Por qué no puedo dormir? La respuesta correcta sería porque cumplidos ya los 50 el café me afecta y como tomé uno después de la cena, no hay manera de pegar ojo. Pero habrá que darle un giro, una dimensión dramática a esta vigilia. Soy un escritor gay, algo maricona loca, que está sólo. Y soy un escritor de ideas agotadas. Hace siglos que no tengo novio. Estoy colgado de un macarra que me llevará por el camino de la amargura. Mi vida se está haciendo pedazos. Me siento morir, hasta el punto de que creo que ha llegado la hora o de suicidarme o de ir a un psiquiatra. Entonces, descubriremos al votante lector que he estado bebiendo. Eso lo explicaría todo, porque llegados a este punto la historia habrá perdido fuerza y hay que terminarla. Así que yo terminaré dormido, medio borracho una hora antes de que suene el despertador, susurrando entre brumas que quiero morirme, para que sólo noventa minutos después el votante lector me descubra, duchado y con una sonrisa ensayada, metiéndome en el coche para acudir, dócilmente, a mi trabajo.