Hace ya muchos años, cuando apenas era una niña, ocurrió algo que siempre he evitado contar a nadie, no fueran a pensar que estaba loca de remate. Ahora, en el ocaso de mi vida, poco me importa ya cómo me vayan a juzgar los demás por contar algo que ocurrió realmente.
El hecho tuvo lugar una tarde de verano de 1979. Durante la mañana había hecho mucho calor y, a última hora de la tarde, se formó una tormenta seca bastante severa. Mis padres, sabedores de los peligros que entrañaban la caída de rayos, nos prohibieron, a mis hermanos y a mí, salir a jugar a la calle. Nosotros, aburridos e inquietos por naturaleza, subimos a la buhardilla en busca de algún juego con el que entretenernos. Finalmente, encontramos un juego de rol y, tras preguntar a mi madre las reglas del juego, comenzamos a lanzar por turnos.
Repentinamente, una fuerte sacudida, hizo que se estremeciera toda la casa. Se fue la luz y quedamos a oscuras. Mis hermanos pequeños, asustados por el ruido y la oscuridad, estuvieron llorando hasta que conseguimos encender un par de velas.
Una vez volvió la normalidad, continuamos con nuestro juego. Inexplicablemente, ocurrió algo muy extraño durante el resto de la partida. Mientras los demás agitaban el recipiente, poniendo todo su empeño en obtener los valores numéricos que necesitaban en sus tiradas, yo podía saber, de antemano, el resultado que obtendrían en cada lance.
Fue algo que sólo ocurrió ese día, después de que el trueno que acompañaba a aquel rayo poderoso, hiciera temblar los cimientos de nuestra casa. Muchas veces lo achaqué a un posible delirio, causado por el miedo que tenía a las tormentas, aunque sigo pensando que existió algún tipo interacción entre la naturaleza y mi persona aquella tarde.
Poderes sobrenaturales... A su servicio... Je, je, je.
Saludos Insurgentes