«Confinamiento»

La tenue luz de la vela iluminaba nuestros rostros demacrados. Solo sentíamos el chillar de nuestras tripas. Hacia diez días que estábamos confinados y nos alimentábamos con garbanzos y lentejas de unas latas que quedaban en la despensa. Desde que se había cortado la luz, ni el agua potable corría por las cañerías. La lluvia saciaba nuestra sed y nos mantenía vivos. 
Afuera se había desatado el caos desde el primer día. Los gritos y el miedo constante, eran parte de nuestra miserable existencia. No nos atrevíamos a salir. Nos sentíamos a salvo en aquello que se había convertido en nuestro refugio. Se trataba de una casa desocupada que nos había recibido cuando vino el apagón. Llegar a la nuestra habría sido imposible.
Tenía rejas en todas las aberturas, y salvo por algunos vidrios rotos a causa de pedradas de hombres salvajes, aquel sitio era acogedor y templado.
Nunca habíamos tenido tanto tiempo libre. Pasábamos el día acostados en la cama de dos plazas, leíamos el único libro que encontramos en la mesa de luz, dormíamos y hacíamos el amor.
Sin embargo, los ruidos de disparos atravesaban mis oídos. A veces me tapaba las orejas con las manos, intentando no escuchar, pero no podía acallar mi mente, que repetía sin cesar, “van a morir”.