Contra todo pronóstico - Mizoe22
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Mizoe22

«Contra todo pronóstico»

876 palabras
7 minutos
83 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
🏆 Fantasea sobre la vida de un autor o autora que convierte en best seller su ópera prima.

Escribo este prefacio con cierto rubor en todo el cuerpo. Porque una no se espera una segunda edición: tampoco una primera. Ni siquiera soñaba ya que alguien se asomase a mis primeros posts y tuviese la paciencia de leer mis “tablas de salvación diarias” que conformarían este primer libro.

Contra todo pronóstico, aquí estoy. Presa aún del bochorno, del tsunami emocional que he habitado estos últimos meses, un viaje vertiginoso a este verano de estrella fugaz que invade mis entrañas. A mi edad. Cuando nadie da un duro por ti. Sin que nadie tenga que verme el careto. Sin que sepáis mi nombre. La vida es un sombrero de copa; uno se harta de tanto truco malo, hasta que son tus orejas de conejo blanco las que toman la forma de unas alas robustas.

¿Cómo definir lo que siento hoy? Euforia, amor, renacimiento. Mis palabras aquí son un homenaje a vosotros, lectores empedernidos que buscáis en la literatura un espacio imposible que os transporte allí donde la realidad os impone sus límites. Son también un acto de fe para quienes voláis en silencio, atropellados por las amenazas tácitas de aquellos que, no siendo capaces de fantasear, os repitieron hasta la saciedad cuán inútiles eran vuestros sueños.

Yo también pertenezco al gremio. Mis diarios ocupaban cuadernos propios y ajenos en la adolescencia. Después fueron los poemas. Fervorosos, desgarrados, despechados, exultantes, ufanos. Ocultos con el tiempo, cuando no despertaban aquel clamor con el que fueron creados durante miles de solitarias noches, acompañando el despertar a la vida adulta. Fue mi juventud un divino tesoro derrochando diálogos, a medias reproducidos en el quehacer diario, a medias escritos de forma fragmentada en multitud de formatos que dejé en el olvido ante la falta de público.

Porque yo solamente quería que alguien comenzase a amarme leyéndome. ¿Acaso no son todas las piruetas que inventamos una llamada desesperada al amor? ¿No danza el bailarín para ser admirado, no muerde la serpiente para asegurar que su veneno sea inoculado y así sentirse parte del otro? Yo solamente buscaba que leerme fuera un placer. Porque no lo es mirarme, ni lo es escucharme, ni puede nadie admirar mis pequeñas hazañas culinarias ni cimbreo mi figura con gráciles o tentadores movimientos que conduzcan al éxtasis sensorial. Por la única convicción que, perpetua, fluye en este ser insignificante que soy: el fuego de mis sensaciones, metamorfoseadas en frases.

Con el volar de las décadas, se transformó en volátil ese entusiasmo que no provocaba las llamas previstas. Mi escritura tomó un cariz oscuro, tan derrotada estaba por no haber recorrido los miles de venas inflamadas que mi delirio soñaba. Los años también habían pasado, las personas amadas se iban esfumando de puntillas hacia sus vidas plenas, y los avatares de la madurez me llevaron a buscar el consuelo en ventanas que no dejaban de emerger.

Han sido tantas las horas observando. Han sido tantas las vidas que he escudriñado, tratando de silenciar mientras tanto las pasiones, los terrores y los nuevos ímpetus, en aras de fingir que soy el ser invisible que los otros parecían buscar en mí. Yo era toda ojos y oídos para el mundo. Pero no quedaba un simple par de pupilas que me mirase. No había oídos dispuestos a morar en mis relatos.

Y llegó el día que siempre llega. Era un verano como este. Me decidí. Tenía enfrente aquel maldito espejo. Sabía que había que hacer un esfuerzo, mirarlo de soslayo pese al sonrojo que suponía. Me miré. Como sospechaba, ya no había forma de reconocerme. Tomé fotos. Muchas fotos del cuerpo que yo había estancado en otros tiempos y que ahora era el mismo, pero se empeñaba en que, de una vez por todas, lo abrazase.

Un cuerpo ajado de mujer madura. Un cuerpo que se sabía abandonado, siempre tan empeñada en rellenar mi alma, como si no formase parte. Como si de verdad existiese una maldita alma, superior en todo al esqueleto y las vísceras y todo ese torrente sanguíneo que había negado con tanta devoción. Un cuerpo al que me atrevía a juzgar con los peores calificativos, de manera inversamente proporcional a las lisonjas que dedicaba a esa alma,  cuya existencia sólo mi intelecto se atrevía a garantizar.

Y supe que sin él yo no soy nada. Comenzaron los mimos y el amor y los perdones y toda esa parafernalia que uno inicia antes o después. Yo lo hice cuando no me quedaba otra.

Y seguí mirando y escuchando a otros, mientras todos íbamos aprendiendo que nadie somos  quien tenemos retratado en la materia gris. Sobre todo cuando el tiempo ha erosionado nuestros rasgos, y aunque miremos y remiremos el estado de esa guerrera infatigable que nos cubre, veamos cualquier otra cosa. Es por ella que empecé este periplo. Por nuestra dermis protectora y nuestro empeño en despojarla de hermosura cuando los estragos le pueden.

Por los hombres y mujeres que se quieren querer. Por los que se preguntan qué hacer ahora.

Por todos los que saben que tienen todo para empezar. A pesar de la pandemia de edadismo. Y precisamente, porque los 70 no son más que una magnífica edad para que, quienquiera que sea ese mago, nos saque de una vez de su enorme sombrero de copa.



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Mizoe22
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Eugenio A. García de Paredes Pérez
05 sept, 20:45 h
Muchas gracias. Es maravilloso y muy enriquecedor. Recién estrenados los 50 hay mucho de desasosiego en el camino que sigue.
Mi
Mizoe22
05 sept, 23:31 h
Qué alegría que te haya gustado, Eugenio. Envejecer es vertiginoso, sí. Los 50 aún son una edad muy tierna, pero ya vas viendo las orejas al lobo. No obstante, y a pesar de que la carcasa va dando quehaceres, vivirás sensaciones de libertad que no tenías desde la infancia, tendrás un delicioso regreso a sensaciones básicas, al estado salvaje. Te deseo una madurez hermosa, sin arrepentimientos, intensa y valiente, hasta cuando te duela. Pero toda edad duele, creo yo! Un abrazo grande.
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