Lucas no era capaz de avanzar en su proyecto literario; le gustaba escribir sus borradores a mano, pero llevaba una semana sin inspirarse. Y esa tarde no era la excepción.
Esperanza había sido su amor platónico desde hacía dos años. Habían empezado como amigos, de forma natural en la Agrupación Cultural, pero él en su fuero interno siempre pensó que podía llegar a algo más con ella. Se entendían bien, bromeaban, quedaban para tomar café y se contaban confidencias; además, ambos estaban libres. Sin embargo, la baraja se había roto una semana antes y desde entonces no podía escribir nada, tenía la mente en blanco.
La editorial le había marcado un plazo amplio y tenía manga ancha para elegir temática en su siguiente novela, pero no le venía nada a la cabeza. “¿Y ahora de qué carallo escribo?” Sentía que no tenía nada que decir, nada que aportar y nada que sentir; estaba congelado, como su corazón desde el fatídico día. Recordaba literalmente la escena y las palabras del breve diálogo que había mantenido con Esperanza, que se repetían en bucle:
— No se me ocurría mejor forma de explicarme. Soy escritor — Lucas respondió con una media sonrisa.
— Mira, creo que te has confundido tú solito. Lo siento, pero no.
Lucas tenía grabada en su mente la marcha repentina de Esperanza después de devolverle la carta y cómo el resto de la noche y los siguientes días había estado en shock. Nada, ni tristeza, ni rabia, ni nostalgia, hacía las tareas como un autómata. Recordaba también que, aquella madrugada, cuando llegó a casa después de recibir las calabazas, había encendido la radio y escuchado la repetición de “El Transistor” hasta dormirse.
Sin embargo, pasados esos días, su vida seguía sin movimiento. En ese momento, al recordar por enésima vez la secuencia, empezó a cabrearse. “¿Por qué mierda estoy bloqueado? Normalmente siempre me fluyen las ideas, y llevo una semana sin emborronar un puto papel.”
“Estoy así desde que Esperanza me mandó a la mierda, y encima fue en plan borde, como si ella tuviese que decir más que yo. Joder, que me podía dar calabazas, eso me ha pasado cincuenta mil veces, pero pensé que me apreciaba y que, como mínimo, seríamos amigos. En una semana no he recibido un puto whatsapp y no nos hemos bloqueado. No, esto no es normal, que no me toque los cojones, así no se hacen las cosas.”
Lucas notó que las pulsaciones le empezaban a aumentar repentinamente y que la ira se apoderaba de él. Tuvo que levantarse y empezó a dar vueltas por su habitación repetidamente; los pensamientos surgían de forma automática sin filtros:
“Y no es solo lo de la semana pasada, es que he sido un puto pagafantas durante dos años, y ya tengo 30, joder. Que Esperanza tampoco es la tía más guapa del mundo ni yo soy virgen para andar como he andado. Ella me ha dado pie para que la invitara a comer o a tomar algo, ahí nunca había problema, pero nunca tuvo un puto detalle conmigo, ni un puto café. ¡Hostia! Y nunca me devolvió los 200 euros que le dejé; eso no se hace y yo he sido un pringao por consentirlo. Puto imbécil, eso es lo que soy, un imbécil que se ha dejado vacilar por una tía con complejo de princesa.”
A medida que seguían brotando los pensamientos, Lucas sentía que estaba cada vez más acelerado y que le faltaba el aire; sabía lo que significaba eso y que había que cortarlo. Definitivamente, tenía que airearse, ya era una cuestión de salud. Decidió salir a la calle y pasear hasta que se calmase; eso ya le había pasado otras veces cuando vivía situaciones difíciles.
Esa tarde de noviembre hacía frío en A Coruña. Salió de su piso en Montealto y se dirigió a la zona del Paseo Marítimo; allí tendría varios quilómetros para andar si lo necesitaba. Estuvo durante una hora caminando a paso ligero y, cuando ya volvía, vio a Esperanza en la Ensenada del Orzán; ella también se dio cuenta de la presencia de Lucas, pero giró la cabeza ostensiblemente.
“¡Será cabrona! Me ha visto, sé que me ha visto. Esto ya es la hostia, ¿qué cojones le he hecho? En la puta carta solo le dije lo que sentía por ella, no soy un puto apestado. Que me diga que no, vale, pero no me merezco esto. ¿Cómo cojones me he podido pillar de semejante elemento?”
Lucas siguió andando, acelerando el paso, hasta que llegó a su casa, ya de noche. Se sintió más calmado y, cuando pensó en su libro, le brotaron las ideas con la misma facilidad que los pensamientos anteriores. Ahora ya tenía una trama, un título y unos personajes: decidió que su libro trataría sobre el amor no correspondido y se inspiraría en su caso con Esperanza.
Esa noche, Lucas escribió su esquema y esbozó los primeros capítulos de su novela “Amor en stand-by”. Solo dejó de escribir cuando ya despuntaba el alba y esa mañana durmió como un tronco.
