«Daniel»

Lo confieso, he llegado a esa edad en la que echas la vista atrás y analizas cómo ha sido tu vida. La crisis de los 40 le llaman. ¿Realmente soy feliz?, ¿me llena mi trabajo? ¿Y si Daniel no se hubiese marchado?

Trabajo en uno de los bufetes más importantes de Madrid, me encuentro felizmente casado con mi marido Norberto, un cirujano apasionado de su trabajo y somos padres de dos preciosas hijas. De cara a la galería somos una familia envidiable, no tenemos problemas económicos y nos damos los caprichos que queremos.

El sábado me desperté como cualquier otro, tras ducharme y preparar café, cogí mi nuevo MacBook para ver la rentabilidad de las nuevas adquisiciones en la Bolsa y ver si había llegado algún nuevo mail del trabajo. Tenía una notificación de solicitud de amistad. Al principio no le di importancia, me solían llegar numerosas solicitudes, sobre todo de personas que querían entablar una relación laboral.
Todo cambió cuando vi su nombre, Daniel González, junto con la solicitud de amistad había un mensaje "Hace mucho que no nos vemos, ya no somos aquellos adolescentes que trataban de comprender qué les estaba ocurriendo. Te espero el domingo a las 16 en nuestra cafetería, seguro que aún la recuerdas".

Daniel fue ese amigo especial de la adolescencia con el que pasaba todas las tardes. Con él disfruté de anécdotas, alguna que otra trastada, y traspasando la frontera de la amistad, compartí mis sentimientos hacía él. No todos maduramos a la vez, y él desapareció.

Daniel me confesó ayer que huyó porque no sabía como reaccionar en aquel momento y que lleva años enamorado. Mientras me desperezo, veo una habitación que no es la mía, unas sábanas que no conozco y un amor a mi lado que no es Norberto.