Virginia se acababa de mudar hace escasamente dos meses a su nuevo piso a las afueras de Madrid capital en busca de tranquilidad. Su don de gentes le facilitó entablar cierta amistad con su vecina de enfrente, doña Auxi, una cincuentona campechana y natural de Córdoba.
Se disponía a picar unas verduras para cocinar unas lentejas a la jardinera cuando reparó en que casi no tenía cuchillos afilados en condiciones. Sin embargo, y providencialmente, a sus oídos llegó el soniquete lejano del afilador, quien con su furgoneta hacía su recorrido habitual.
No perdió tiempo. Agarró los cuchillos mellados y en nada se plantó en la calle en busca del susodicho.
El hombre tenía buen porte, rubicundo, y dejaba traslucir su simpatía y amabilidad. Una vez en el vehículo, sin dejar de mirarla a los ojos, tomó los utensilios de sus manos a fin de ponerlos a punto...
En un movimiento rápido, al tiempo que se los devolvía, se sacó lo que parecía un spray del bolsillo, dirigiéndolo a su rostro.
Iban a ser las dos de la tarde.
Desde su cocina, a doña Auxi le pareció percibir un olor rancio, como a quemado. Salió al rellano y confirmó que procedía de casa de Virginia. Cuando se cansó de llamar al timbre, decidió salir a la calle por si daba con ella.
Oteó unos instantes. Vio con horror su cuerpo inconsciente y maltrecho…
Tras una salmodia de pruebas que parecían no tener final, doña Auxi hizo todo lo posible por animarla:
—Es duro ahora, lo sé, pero acéptame estas palabras, de madre a madre: esta criatura que esperas es inocente.
Año después Virginia empujaba un carrito con una hermosa bebé, pero siempre mirando, de cuando en cuando, por encima del hombro: superaba como podía la agorafobia que le quedó de secuela.
Un 10 a tu imaginación. Muy buena la historia.
No me ha gustado lo de "cincuentona"....imagino que por empatía con las de mi edad, jajaja.
Lleno de incertidumbre, triste y rocambolesco.
El giro final es brutal.
Se asemeja a la historia de mi relato.
Me ha encantado compañera.
Saludos Insurgentes