Yo tengo un colmillo de elefante en mi casa. Es enorme y está sobre una mesa que tengo en una esquina del salón. Todo el mundo que entra en mi piso es en lo primero en lo que se fija y de lo primero que pregunta. Les choca ver que un tipo como yo, amante y defensor de los animales, tenga algo así en el salón. Un colmillo de un animal que posiblemente estaría tranquilo comiéndose una hierba en medio la sabana sin hacerle daño a nadie, y un capullo le metió un tiro en la cabeza para arrancárselos, y no lo hizo por necesidad, y con esto quiero decir que no lo hizo para comerse la carne y alimentar a su familia, lo hizo porque sabía que otro tipo más capullo que él, yo, o cualquier otro gilipollas profundo como yo, lo compraría para ponerlo en su salón a modo de decoración.
Intento explicarles que es de mentira, que es sólo la rama de un árbol que me encontré en la calle y que lijé cuidadosamente y pinté con mucha paciencia para que pareciera un cuerno de elefante, pero no me creen. Les digo que lo hice solo para ver la reacción de la gente al verlo y para comprobar si las personas creen en mí cuando les digo algo. Aun así, la mayoría quiere cogerlo para asegurarse de que es falso.
Lo primero que quieren saber es si pesa como un cuerno de elefante y no como la rama de un árbol. Como si alguno en su puta vida hubiese tenido antes en brazos un cuerno de elefante africano. Cuando creen que pesa lo que podría pesar un colmillo de verdad, se lo acercan mucho a la cara, lo huelen, lo tocan minuciosamente e incluso intentan clavarle una uña para comprobar que es marfil. Cuando ya no tienen dudas de que es de verdad, se molestan, se cabrean, me insultan y me recriminan que sea el culpable indirecto de que un animal inocente haya muerto a miles de kilómetros de mi puto salón.
Les repito que es una rama, y que un colmillo real cuesta demasiado dinero para que un tipo normal como yo pueda tenerlo en su salón, que esta clase de mierdas son solo para gilipollas con mucho dinero y poco cerebro, pero nada, no me creen. Al final siempre tengo que contarles la verdad. Que un familiar mío murió dejando en herencia una casa de campo cerca de Barcelona. Era un tipo con mucha pasta al que apenas tuve el “placer” de conocer.
Antes de vender la propiedad, los familiares que vivían cerca fueron a coger lo que quisieron, y los que vivíamos lejos fuimos a coger lo que dejaron los primeros. Entre ellas estaba el colmillo, que seguramente dejaron, no porque fuesen buenas personas y quisieran repartir parte del botín, no, muy posiblemente lo hicieron, porque a diferencia de todos los expertos en colmillos de elefantes que entran en mi salón, pensaron o estaban seguros de que era falso y no valía la pena llevárselo, pero se equivocaron.
Las familias cuando hay dinero de por medio se convierten en hienas, y no es que estos familiares fueran peores que nosotros por ir corriendo a pillar lo de más valor, en realidad éramos iguales de cabrones, o peores, porque a ellos la carne cerca les pillaba cerca, pero nosotros tuvimos que viajar más de 870 kilómetros para morder las sobras.
Ahora el pobre colmillo del elefante que murió en la sabana por culpa de un capullo con dinero, está en mi salón esperando que alguien responda al anuncio que tengo en varios portales de internet para intentar venderlo y hacer algo de dinero con él, para poder igualarme a las otras hienas.
Cuando les cuento esta historia la cosa se relaja. Es como si ya tuviese un por qué razonable para tener el colmillo, el dinero y la venganza familiar. De película total.
Nada más verle la forma y el peso sabía que si lijaba bien esa rama y la pintaba con la técnica y los productos adecuados tendría una historia de puta madre que contar. Cualquiera que hubiese visto un colmillo de verdad ni se hubiese acercado al palo de mi salón, pero claro, la gente que no entiende de lo que habla es la que más suele levantar la voz.