El leve sonido de una góndola cruzando el canal se perdía en un cielo azul vestido de sol y fiesta. Sobre la pavimentada plaza de San Marcos, decenas de venecianos inclinaban sus cabezas cada vez que se cruzaban con algún enmascarado que creían conocer. Carlo presentaría a su prometida en sociedad durante el baile de la noche y por ello caminaba más ajeno al mundo que el resto de los viandantes.
Vestía un elegante traje de seda, camisa volanteada y, rematando el tenue maquillaje, una bella máscara decorada con motivos dorados. Sus ojos negros, escrutaban el canal mientras caminaba hacia Rialto y repasaba cada uno de los pasos que habría de dar en el baile.
- ¿Carlo?
Una voz desconocida llamó su atención.
- ¿Nos conocemos?
- Deberíamos, quizá.
- ¿Con quién tengo el honor de hablar?
Tras el refinado traje de terciopelo y la máscara de plata, se encontraba una sonrisa brillante, unos hipnóticos ojos azules y una sonrisa blanca y amenazadora.
- Soy el tipo que convertirá el baile en histórico.
- ¿El anfitrión?
- No exactamente.
- ¿Un cicerone?
- Te vas acercando.
- Un galán, supongo.
- La suposición es el juego que conduce a la adivinación.
Una marea de gente atestó el pasadizo. Tras un pestañeo, Carlo seguía allí, pero el caballero había desaparecido.
Se había olvidado de él mientras bailaba con Olivia en el salón y cruzaba su mirada con las decenas de máscaras que giraban a su alrededor. Palpó su cintura y sintió como sus cuerpos se separaban un centímetro, justo la distancia que se desvió la mirada de su prometida.
Entre los espectadores había una sonrisa blanca y amenazadora bajo unos hipnóticos ojos azules que prendían de deseo el cuerpo de su acompañante. Entonces supo que, efectivamente, aquel baile de máscaras sería histórico.
Saludos Insurgentes.