Como todos los lunes al salir del trabajo, me acercaba al supermercado a comprar lo que necesitaba. Estaba comprando de modo automatizado al igual que conduces.
Cuando de repente se apagó todo, no se veía nada. Me sentí ciega, se me agudizaron los demás sentidos. Mi piel se erizó, había alguien detrás de mí, lo sentía respirar demasiado fuerte.
Anduve para atrás muy despacio, acercándome. Hasta que lo tenía demasiado cerca. Le pregunté si se encontraba bien, me contesto, lo intento.
Su voz era profunda, cálida, grave, agradable…me acerqué y le di la mano. No dijo nada, pero entendió mi miedo y el suyo. Su respiración cada vez se oía menos, se relajaba. Me empezó hablar de cosas banales, dijo que era médico, acababa de salir de una operación, que había salido todo bien. Que había entrado al súper a comprar una botella de champán francés para celebrarlo con su mujer.
Yo le dije que había salido de la oficina y mi nevera estaba vacía, iba hacer la compra corriendo para llegar a casa donde estarían ya esperándome mis hijos y mi marido .
El cada vez se acercaba más, me susurró que le encantaba mi olor a vainilla y en ningún momento me soto la mano.
Alrededor todo era un caos, se oía gente coger cosas alumbrando con los teléfonos móviles, otros bloqueados como nosotros, la mayoría de gente aprovechó para robar, no había más de dos personas de seguridad en el local. No podían controlarlo todo.
De repente se encendieron las luces, nos miramos detenidamente, sonreímos y soltemos la mano. Cada uno siguió su camino como sino nada de lo sucedido hubiera pasado. Como si hubiese sido un dejavú.
Saludos Insurgentes