«Dentro de la espesura, la verdad está segura»

-¡Atrás o abro fuego! ¡Primer aviso!

-¿Quién habla? Sólo soy...

-¡Lárgate o disparo! ¡Segundo aviso!

-¡Sólo soy una senderista!

-No me suena tu cara. Vale, pero mantendré el fusil armado. Voy a bajar para guiarte por aquí, pues la espesura de estos bosques confunde hasta a los mapas.

Había oído historias de un salvaje montaraz que habitaba por aquí, pero, para mí sorpresa, parecía un hombre atento y razonable. El camino era largo y yo le pregunté por la agresividad que mostró a la entrada. Se paró en seco, me miró de arriba a abajo, aguardó unos segundos con una atenta mirada sobre mí y me dijo:

-Pareces una mujer de fiar. Te diré que estos bosques han acogido a gentes de la peor calaña. Yo nací aquí y protejo mi tierra. ¿Quiénes se creían para quemar árboles, cazar indiscriminadamente y llevar a cabo prácticas profundamente ofensivas? Los agentes no movían un dedo y yo rescaté a la flora y fauna y a niños.

Me quedé muy sorprendida. No sabía qué pensar pero, conforme avanzábamos, se iban viendo los restos de todo tipo de huesos y quemaduras ya pasadas árboles regenerándose.

Vistas las pruebas, enfuscada en mis dudas, apareció el pagador, furioso, con un fusil apuntando al montaraz y el guardabosques respondió igual. Uno me decía que completara el trabajo, el otro, confundido, apuntaba nervioso y listo para disparar.

Sin saber qué hacer, salté entre los matorrales para pensar mientras sacaba el puñal. Me desplacé escondida y decidí hacer justicia. Salté sobre aquel turbio vecino y...

¡Bang! ¡Bang!

-¡Basta ya de crímenes y violencia! Parece que, por fin, vienen los agentes. Y vosotros, que por dinero os rendís ante cualquier cosa, que vuestros muslos heridos os recuerden el valor del bien.