Dicen que no solamente la voluntad de Dios transita por caminos misteriosos. También la del diablo.
Me dio un vuelco el corazón.
El comisario de la exposición me explicó que el cuadro había sido encontrado en un lote al por mayor adquirido a un coleccionista de Nuremberg, con una escueta ficha: "M. Schumann, El descanso”, Argentina, 1948"
En la casa de campo de mis padres yo había encontrado, con 6 o 7 años, una vieja foto polaroid que mostraba aquel retrato.
Al preguntarle a mi abuela, me había susurrado una historia. Un cuento, pensé.
Mi abuela fue María Schumann. Se ganaba la vida pintando en Viena, desde acuarelas hasta frescos.
Quiso la casualidad, o tal vez el diablo, que su trabajo en Saint Georgen llamara la atención de un teniente de las SS con órdenes de detener al párroco.
Tras localizarla, la puso a su servicio; le encargaba retratos y obras de restauración.
En 1945, para evitar ser detenida, huyó. Llegó a España y desde allí, a Argentina.
Como camarera en una hospedería de Bariloche, quiso la casualidad, o tal vez el diablo, que un día aquel teniente apareciera.
"Tengo un encargo para ti".
Un Mercedes impoluto la condujo hasta un complejo de edificios que parecía un fortín.
Junto a uno de los ventanales del excelso salón de la casa principal se había dispuesto un caballete y una mesa camarera con óleos y pinceles.
Mi abuela quedó allí de pie, y al caer la tarde, dos matones de negro abrieron paso al huésped principal.
Avejentado, traje oscuro, bien afeitado, pelo ralo y gris; saludó levemente con la mano izquierda y se sentó en un sillón.
Mi abuela notó que se le aceleraba el pulso.
Quiso la casualidad, o tal vez el diablo, que el hombre del sillón fuese Adolf Hitler.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Felicidades.