Seguro que me he dejado algo en el estudio, tengo ese mal presentimiento. No me gusta desplazarme para pintar, soy muy feliz en mi pequeño taller con la luz que se filtra a través de la claraboya.
No sé porqué acepté este trabajo, es demasiado extraño, hasta he firmado una cláusula de confidencialidad. Hoy en día poca gente pide un retrato al óleo de un metro de altura pero es mucho dinero, voy a pensar en eso.
Última curva y llego. Madre mía, me habían dicho que era un extranjero excéntrico pero no pensaba que tendría una lúgubre mansión en una colina. Hora de salir del coche y ponerse a pintar, cuanto antes empieces antes acabarás. Ánimo, toca el timbre.
– Pase señorita Elena, el señor la espera en el salón.
– Gracias.
Esto no puede dar más mal rollo. Los espejos están tapados con sábanas, ¿por eso querrá un retrato? Y si no puede verse en un espejo, ¿será un vampiro? Has leído demasiadas novelas de vampiros, confirmado. A partir de ahora menos género de terror que tu imaginación vuela demasiado rápido.
El salón está completamente a oscuras, sólo hay una vela encendida. Veo una silueta al fondo. Empiezo a tener algo de miedo ¿salgo corriendo?
– Buenos días Elena. Un placer tenerte aquí. Tienes todo dispuesto para que puedas proceder. Solo te pediré una cosa, utiliza las gafas que tienes junto a la mesa para poder trabajar.
– Buenos días Señor, esto son gafas de sol. ¿Cómo voy a poder trabajar con ellas?
– Hazme caso, las necesitarás. Víctor, abre la cortina.
Estoy ciega, maldita luz blanca. ¿Pero qué pasa? ¿Es el señor el que brilla? Sí, su piel reluce. Mierda, nunca tengo suerte ya que retrató un vampiro ojala fuera Drácula y no el de Crepúsculo.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes