DESPIERTA, DEJA DE SOÑAR - Manuel Almena
Manuel Almena

«DESPIERTA, DEJA DE SOÑAR»

999 palabras
8 minutos
89 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😵 Imagina la aventura personal de un o una novelista que pierde la noción entre la realidad y la ficción.

“Me llamo Beltrán, tengo 39 años y soy escritor”

Así me puedes encontrar en Tinder. Que soy un escritor frustrado y que en realidad soy tele-operador lo dejo para la primera cita. ¿Hay que dejar algo de misterio, no?

Mi pasión y mi sueño es la escritura. Tanto que, literalmente, cada día sueño que escribo la mejor novela.  Un  Best Seller  tiene que tener misterio, intriga, romance, pero un romance verdadero, no sacado de un cuento de Disney, no! Un romance donde el amor sea el protagonista, pero donde también se encuentren discusiones,  noches en vela,  tristezas, en definitiva: donde se aprecie y se roce con las yemas de los dedos todos los sentimientos que hay entre dos personas.

Todas las noches, absolutamente todas, sueño con una historia con esas características, con todas esas connotaciones que la hacen la mejor historia que jamás haya escrito pero… con el amanecer, con mi despertar, el sueño se convierte en pesadilla. Mi peor pesadilla es despertar y no recordar nada, tener un vago recuerdo pero no conseguir darle forma ni plasmar esa historia. El calvario de tener la certeza que has soñado  cómo escribes la mejor novela y no ser capaz de, ni tan siquiera, saber de qué trataba.

Después de varios años cambiando de horarios para dormir, paseándome por todos los psicólogos y especialistas del sueño y ver en todas las ocasiones que el folio siempre está en blanco, decidí dedicarme a algo con el que pagar el alquiler y, a poder ser, comer todos los días. Así que acabé como tele-operador de telefonía, si! Esos que te llaman a la hora de la siesta para decirte que te interesa un ahorro en la factura. Es un trabajo como otro cualquiera pero cada día me odio un poquito más al pensar que tengo que coger el coche para ofrecer la mejor  tarifa de internet (además con la mejor sonrisa telefónica), cuando me he despertado con el sentimiento de haber escrito una obra maestra.

Es lunes, 1 de agosto, hace un día espectacular, el sol brilla en todo su esplendor sobre un cielo azul añil que hace que duelan los ojos.  Además, como es natural en esta fecha, la ciudad está colapsada por los turistas que pasean por la ciudad.

Entre todos los coches que hay en la carretera, entre todos los transeúntes que pasean de un lado a otro de la calle, con todo ese bullicio de cláxones, gritos y  música, me encuentro yo. Ahí en medio de todo y de todos, estoy en mi coche de vuelta del trabajo, después de que una señora se empeñara en conseguir gratis el último Iphone y sin aire acondicionado. Quien haya estado en la Costa del Sol sabrá que fresquito en agosto y a las 3 de la tarde no hace.

El sudor me resbala por la frente y cae hasta empapar mi camisa, mientras intento recordar una y otra vez la novela que había soñado la noche anterior.

Juro que no lo vi aparecer, no sé en qué momento se cruzó, pero en menos de un segundo vi cruzar un perro frente al coche obligándome a girar el volante hacia la derecha sin mirar previamente. Por no atropellar al can me llevé por delante una señal de stop y choqué de bruces contra un árbol que debía de llevar ahí desde la Guerra Civil.

Debí estar un buen rato inconsciente porque cuando entorné los ojos, un sanitario de ambulancia me estaba auscultando y preguntándome cuantos dedos veía.

Realmente, me sentía un poco mareado pero, viendo como había quedado mi coche, mi cuerpo se había comportado como si fuese Thor.

El médico de la ambulancia me aconsejó que fuese al hospital para como mínimo hacer un reconocimiento general.

A Beltrán a cabezón no le gana nadie, me diría mi madre. Así que me despedí amablemente del médico y pedí un taxi para que me llevara a casa. Con una siesta reparadora de un par de horas sería suficiente.

El taxi me dejó en la puerta de casa,  me tumbé en la cama  y me quedé profundamente dormido.

Desperté a las 7 de la mañana, creo que las dos horas de siesta no fueron suficientes. Me desperté con una sensación extraña, el cuerpo cansado, pero me notaba más “despierto” que nunca. Mi mente viajaba a toda velocidad, mis pensamientos eran más rápidos, conectaba de un tema a otro de forma casi automática.

Fui a la cocina, me sentía hambriento, cogí la taza de “mejor tito del mundo” y me tomé un café bastante cargado. Fui a prepararme una tostada con aguacate, nueces y cebolla caramelizada  (uno es pobre pero de gustos exquisitos), cuando de repente..., como un relámpago, me acordé de forma nítida de cada parte, de cada personaje de la novela que llevaba tantos años soñando.

Agarré el primer bolígrafo que  encontré encima de la mesa del salón y empecé a escribir sin casi mirar el folio. Todo fluía, mi muñeca hacía el movimiento de escritura de forma autónoma, un renglón tras otro, un párrafo tras otro,  cuando al parar (la muñeca me pedía a gritos un descanso) fui consciente de que llevaba más de 100 páginas escritas.

No lo podía creer, sin esforzarme en el recuerdo, sin planteamiento previo, allí estaba la primera parte de mi gran relato. No tuve paciencia, recuperé el bolígrafo que acababa de dejar hacía unos minutos y comencé a escribir de forma tan vertiginosa y rápida que las palabras se pegaban unas a otras sin apenas separación.

Tardé toda la noche, pero ahí, delante de mis ojos se encontraba mi primera y mejor obra, la que cuando muriese seguirían leyendo los hijos de mis hijos.

Estaba tan contento, tan pletórico, tan ensimismado que apenas fue una chispa, un fogonazo delante de mis ojos, cerré los ojos fuertemente y al abrirlos me encontré con una enfermera que al verme, con una sonrisa de oreja a oreja,  me dijo:

¡¡¡Has despertado del coma después de seis meses!!!

Manuel Almena
Miembro desde hace 3 años.
9 historias publicadas.

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Marta Fernández López
08 sept, 15:44 h
Me ha gustado mucho
Manuel Almena
08 sept, 15:48 h
Muchas gracias. Me alegro muchísimo que mis lecturas gusten a los lectores. 😉
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