Muchas son las experiencias vividas que ocupan un espacio libre en nuestro interior. Las hay muy variadas en duración e intensidad, pudiendo ser: agradables, duras, inexplicables, desconcertantes, gratificantes, emocionantes... todas ellas guardadas como tesoros desde la niñez hasta la actualidad, que nos vienen a visitar sin avisar, en cualquier momento del día o de la noche y ni siquiera nos piden permiso para aparecer en forma de recuerdo. En función de su mayor o menor impacto emocional se van colocando en diminutos cajones de nuestra mente, abriéndose al presente cuando menos lo esperamos y, por el contrario, permaneciendo muchos de ellos siempre cerrados.
Hoy he recordado la primera vez que escuché que existía un Día Internacional del Libro, fue en la escuela a la que acudía de niña, en el pueblo… hace ya mucho tiempo… cuando todo me resultaba novedoso y cualquier acontecimiento por pequeño que fuera despertaba mi curiosidad. La profesora de aquel curso, María Gloria, una señora de mediana edad, poca estatura, cabello negro recogido en un moño, con un tono de voz muy agudo y pronunciado acento gallego que, cuando se enfadaba, podían ser escuchados sus gritos en plena calle, nos explicaba lo importante de la lectura, la función de las bibliotecas y librerías, el proceso de edición… antes de pedirnos que escribiéramos un texto en un folio en blanco que iba colocando en cada desgastado pupitre.
Tocaba hacer uso de la imaginación y de la creatividad que en mayor o menor medida todos llevamos dentro y que nos ayuda a liberar emociones que muchas veces han quedado reprimidas. Además, quería que pusiéramos en la parte superior del papel un título de grandes letras que sirviera de encabezado a nuestra obra. Debía ser una síntesis del libro que más nos hubiera gustado de los leídos durante el curso.
-Se expondrán todos los trabajos en el vestíbulo, comentó la profesora antes de sentarse en su viejo sillón y disponerse a corregir las tareas del día anterior.
- ¡Y habrá un premio para el mejor trabajo!
Después escuché lo que terminaría de alegrarme la mañana:
- “No tendremos clase de matemáticas, esa hora la dedicaremos a esta actividad, así que tenéis un día más para repasar las tablas de multiplicar, la próxima semana haremos el control de la tabla del uno hasta la del diez y quiero que las sepáis como el padre nuestro”, expresión que utilizaba todos los días antes o después, al igual que otras que en aquellos días no llegaba a comprender.
Al escuchar lo que acababa de decir, todos nos pusimos manos a la obra, despejamos la mesa, agarramos nuestro material, sacamos punta a los lápices sin olvidar la goma de borrar para corregir posibles imperfecciones.
Lo recuerdo todo como si fuera ayer, este cajón de mi cerebro me muestra el entusiasmo y alboroto del aula ante la inesperada actividad, a mi compañero mirando al techo sin saber por dónde empezar, el ambiente distendido ante algo no habitual… hasta el póster que la maestra colocó en el encerado relacionado con el día que celebrábamos.
Ha llovido mucho desde entonces y reconozco que añoro con nostalgia aquellos días dónde las horas se sucedían sin prisa y hasta parecían detenerse a ratos. Irremediablemente los años no se detienen, avanzan en línea ascendente hasta que el destino decide que ha llegado el momento de poner el punto final.
Pienso en estos momentos en algo tan simple y evidente que hasta yo misma me sorprendo de mi ocurrencia. Me pregunto qué habrá sido de aquel sencillo escrito que un día estuvo colocado en una humilde pared de un antiguo edificio, el mismo que contribuyó a que hoy sea quién soy y que tanto me regaló sin saberlo. Seguramente iría a la basura, no quedará ya nada de él, quizá alguien lo quemó o lo arrugó, o fue al vertedero más cercano.
Actualmente vivo muy lejos del lugar que me vio nacer, necesitaba huir de una vida donde aparentemente no me faltaba de nada pero que, en realidad, estaba muy vacía.
Hoy estoy rodeada de pueriles caras sonrientes, como las que pertenecieron a otros alumnos de un pueblo casi olvidado, parecen las mismas que un día realizaron con sus manos inocentes trazos seguros en un papel el blanco, rellenando las líneas cerradas de las vocales, escribiendo en la parte superior del texto un título cuyo significado no era sino otro que fomentar el placer de la lectura y escritura.
En estos momentos soy yo quien habla a niños atentos sentados en pupitres sobre el derecho a la educación. Me resulta inaudito que en este lugar tan alejado del de mi recuerdo, las preguntas que salen de sus bocas sean exactamente las mismas que procedían de una cultura y país muy diferente. Y también les doy un folio en blanco para que expresen con sus palabras lo que han aprendido. También soy maestra y escritora. Mi última novela ha sido todo un best seller. También veo ilusión, manos que realizan líneas, que cuentan algo… también se expondrán los trabajos en una pared y de aquí saldrá un ganador que se llevará un premio similar al que yo misma recibí un día que, sin saberlo aún, cambiaría muchas cosas en mí. Acababa de comprender que los papeles en blanco no sirven para nada, que es posible rellenarlos de color, de palabras, de formas… como sucedió con el mío marcando para siempre mi existencia.
"Acababa de comprender que los papeles en blanco no sirven para nada, que es posible rellenarlos de color, de palabras, de formas… como sucedió con el mío marcando para siempre mi existencia".